22 febrero 2007

Concierto en Be Bop

Lee Westwood + Philippe Barnes

En la medianoche del martes, el Be Bop de Donostia acogió un recital de pequeño formato e íntimo donde los haya. El guitarrista Lee Westwood, un tipo insultantemente joven, subió al escenario musicalmente desnudo, con el único acompañamiento de su guitarra. Natural de Brighton, no ha sobrepasado aún el cuarto de siglo y, quizá por eso, la destreza que muestra a las seis cuerdas no es propia de su edad. Toca con la delicadeza de un músico clásico e interpreta piezas que a esas horas de la noche, con la cercanía del mar, parecen nanas susurradas al oído del espectador. Además, las melodías del intérprete británico, que visitó la ciudad para presentar su último disco titulado To Sleep, son más bellas si cabe cuando su colega Philippe Barnes las arropa con el sonido de su flauta travesera. Huelga decir que una ciudad como Donostia necesita (y merece) más espectáculos como este...

16 febrero 2007

Concierto en Gazteszena

Lisabö o la densidad del rock and roll


El quinteto de Irun presentó el jueves en Gazteszena su último disco, Ezlekuak, tras casi un lustro alejado de los escenarios. Su propuesta musical –dos guitarras, dos baterías y un bajo arrolladores– convierten a Lisabö en una de las bandas más atípicas y singulares de Euskal Herria. El sonido que facturan, eso sí, no es apto para todos los oídos: presididas por atmósferas densas y pesadas, sus canciones nacen, crecen, se desarrollan y mueren; sin repeticiones ni estribillos, huyendo de las estructuras al uso. Entre el público, figuraban ilustres comoFermín Muguruza. Sobre el escenario, guest starrings como Anari.

15 febrero 2007

Jam session

Blues vs Jazz


En el último mes hemos parado un par de veces en Altxerri y hemos cambiado el jazz por el blues. Un martes sí y uno no, la banda del armonicista y vocalista galo Nico Wayne descarga todo su potencial sobre el angosto escenario del garito donostiarra. Lleva ya cerca de dos años haciéndolo y la cosa funciona. Y muy bien, por cierto. Las fotos corresponden a ambas sesiones y están mezcladas unas con otras. Los alumnos de Musikene suelen actuar como efectiva sección de viento y en las dos citas el teclista Mikel Azpiroz, líder de Elkano Browning Cream, ejerció de improvisador al piano.
Sirvan estas líneas para una breve y pedestre reflexión acerca de las similitudes y diferencias entre el jazz y el blues, estilos que, en realidad, son primos hermanos. La primera es una música más cerebral, más intelectual si cabe, mientras que la segunda es más visceral, más diabólica. A veces da la impresión de que el músico de jazz se sabe (o se cree) haciendo algo serio, calculado, mientras que el bluesman toca más con las tripas. Es cierto que el jazz es un estilo más onanista en el sentido de que quienes lo practican parecen pensar más en ellos que en el público ante quienes están actuando. El blues, por el contrario, es más participativo y quizá esté más enfocado al disfrute del espectador que al exhibicionismo del intérprete.
No se me entienda mal. No estoy haciendo una defensa del blues en detrimento del jazz. De hecho, he de reconocer que me atrae más esta segunda música, quizá porque el jazz posee una mayor complejidad y es necesario un esfuerzo adicional para entenderlo y disfrutarlo.
Esto simplemente era, como apuntaba unas líneas más arriba, una reflexión de lo más pedestre. De todos modos, a la eventual pregunta "¿Qué prefieres? ¿Blues o jazz?", la respuesta, sin duda, sería: "¿Por qué elegir? ¡Me quedo con las dos!"

12 febrero 2007

Concierto de Howe Gelb en Zarautz

Sunday funny sunday



Howe Gelb –dicho con todos los respetos– no es un tipo normal. Su concepción del arte descansa sobre los pilares de la libertad más absoluta. Una semana puede grabar un disco con una banda sueca que factura “música molecular” (sic) y la siguiente viajar a tierras andaluzas para registrar un álbum con Fernando Vacas y un grupo de músicos gitanos. El de Tucson (Arizona) también es capaz, como se pudo comprobar en la última edición del Jazzaldia donostiarra, de adaptar su particular estilo folk rock a la plasticidad de las voces de un coro de gospel. Asombrosamente, el sureño sale airoso de todos sus proyectos. Pero además también puede sorprender al público con un espectáculo de formato reducidísimo y hacer valer la famosa máxima de “menos es más”.

El minúsculo pero abarrotado escenario del Gazteleku de Zarautz abrió sus puertas el domingo para recibir, primero al trío de Gernika Young Talent Show, y después a Howe Gelb, que llegó acompañado únicamente por una anciana guitarra acústica, un teclado eléctrico y su suntuosa voz. Con su eterno rostro de enfant terrible perfectamente rasurado y tocado con el mismo sombrero que utilizó en el Festival de Jazz, apareció envuelto en tinieblas y pidió que se encendieran todas las luces para que la estancia pareciera un sueño “y no una pesadilla”.

Y se enfrascó en un concierto híbrido que, en función de quien lo juzgue, pudo ser una actuación musical salpicada de comentarios jocosos, irónicos y divertidos, o un monólogo humorístico que alternó un ramillete de hermosas canciones. Poco o nada importó a los espectadores reconocer los temas que fue desgranando ante un público con el que logró establecer una perfecta comunicación, íntima y personal.

Juguetón y locuaz hasta la náusea, empleó un cuarto de hora en cambiar una cuerda de la guitarra porque se entretuvo divagando sobre las cuestiones más peregrinas. Pero cumplió su promesa de interpretar piezas de ayer, de hoy y de mañana, ésas que aún ni siquiera ha escrito. Fue el caso de un tema que, según confesó, alumbró hace unos días en Córdoba y cuyo estribillo, para sorpresa del público, rezaba: “Pimientos de padrón / Unos pican y otros no” (en español en el original).

Se sirvió de tres micrófonos distintos que conferían a su voz diversas sonoridades y en alguna ocasión, sin dejar de tocar la guitarra, hizo chocar su mástil contra las teclas del piano. En varias canciones alternó ambos instrumentos y también empleó una excéntrica colección de pedales y un bizarro artilugio que, acoplado a su guitarra, hacía que las seis cuerdas sonaran como una orquesta. “¿Queréis que toque una ópera?”, preguntó al respetable. En sus composiciones, además, fueron apareciendo referencias más o menos expresas a Frank Sinatra, Mark Lanegan, Velvet Underground o Tom Waits, a quien imitó en una intro de piano de lo más circense.

Pero el momento más pintoresco de la velada estaba aún por llegar. Finalizado el concierto, antes de correr a aplacar su sed en los “numerosos bares que inundan Zarautz”, Gelb reapareció e invitó a subir al escenario a un espectador de excepción. “¿No quieres tocar? ¡Ruper, te necesito”, exclamó, una vez más, en la lengua de Cervantes. Dicho y hecho: de Tucson a Oñati pasando por Zarautz. Ordorika tomó prestada la guitarra de Howe mientras éste se sentaba al teclado. Interpretaron al alimón los compases de Fas fatum, la letra de Bernardo Atxaga que el cantautor guipuzcoano convirtió en himno en su primer disco, Hautsi da anphora (1980). Ruper cantó, se atrevió con los tres micros e intercambió talento y miradas cómplices con el estadounidense, prueba irrefutable de la admiración mutua que ambos músicos se profesan.

Por arte de birlibirloque, Gelb tomó el relevo vocal e hizo que los versos en euskera de Fas fatum se metamorfosearan en una versión del I’m Waiting For The Man de The Velvet Underground. Y la última pieza de la noche, Ring of Fire de Johnny Cash, desembocó en los coros de Hey Jude. Bajó del escenario y abandonó la sala sin dejar de tocar y entonar la célebre melodía final de The Beatles. Hacía ya tiempo que el público, incapaz de quitarse la sonrisa de la cara, habitaba en el bolsillo del yanqui risueño.

El de la semana pasada fue, en definitiva, un domingo divertido: Sunday funny Sunday!

09 febrero 2007

Howe Gelb regresa a Euskadi

Desde Tucson con amor



Su actuación del pasado julio en la playa de la Zurriola (en la imagen) fue un comienzo inusual pero inmejorable para el Jazzaldia donostiarra. Ahora Howe Gelb vuelve a Gipuzkoa sin el coro gospel que lo acompañó en su visita a Donostia. Este domingo desembarcará en Zarautz para ofrecer un concierto en el que sólo empleará su piano y la guitarra. Si El Humilde Fotero del Pánico lo consigue, utilizará su réflex para captar a Gelb en acción.


HOWE GELB (Músico)

"Sigo buscando un reto que me detenga pero aún no puedo parar"

Howe Gelb llega este domingo a Zarautz ligero de equipaje, con un piano, una guitarra y su sola presencia sobre el escenario. Será a partir de las 20.00 horas, en el Gazteleku, donde actuarán como teloneros Young Talent Show, formación vasca que factura canciones intimistas de folk americano

Por Juan G. Andrés

DONOSTIA. Alguien lo definió una vez como uno de los artistas estadounidenses más inventivos de las últimas dos décadas. Dicen también que tiene la dicción de Lou Reed, la entonación de Bob Dylan, el riesgo de Tom Waits, la libertad de Thelonious Monk, el sentimiento de Hank Wiliams y el ingenio de Groucho Marx. Quizá lo único cierto sea que lleva 25 años sobre las tablas y más de 30 discos a sus espaldas. El líder del grupo Giant Sand, simpar embajador de Tucson (Arizona), protagoniza estos días una gira en solitario que comenzó el sábado en Madrid, prosigue hoy en Córdoba, recala mañana en Muskiz y concluye el domingo en Zarautz.
Usted inauguró el pasado Jazzaldia con un concierto en la playa de la Zurriola. ¿Recuerda la actuación?
Fue un día magnífico. Ante mí tenía una gran vista y el coro de gospel con el que actué también se mostró encantado. Eso me hizo más feliz a mí. Además, Dr. John tocó después de nuestro concierto. Fue fantástico.
Entonces compartió escenario con unas quince personas y el domingo estará solo. ¿Hay mucha diferencia?
Creo que existe un gran sonido melancólico que únicamente puedes conseguir cuando tocas solo, pero también hay una celebración sonora que sólo es posible si tocas con mucha gente. Estoy convencido de que ambos sonidos se necesitan mutuamente.
¿Pero cuál prefiere?
El sonido que esté creando en cada momento.
¿Y qué tipo de música escucharemos en la actuación del domingo?
Viejas y nuevas canciones y temas que ni siquiera están escritos.
¿Y piezas de Giant Sand?
Por supuesto.
¿Alguna versión? Acostumbra a revisitar a autores como Neil Young, Lou Reed o Frank Sinatra.
Quizá suene algo de Nina Simone...
¿No puede avanzar nada más sobre el concierto de Zarautz?
Podría traer mala suerte sugerir que sé algo acerca del futuro, pero prometo que esa noche tendréis la posibilidad de escuchar algunas canciones.

Dicen que todas sus actuaciones son diferentes. ¿Es cierto?
A mí al menos me lo parecen.
La sala donde va a tocar es pequeña. ¿Eso le motiva? ¿Le gusta sentir que el público está cerca?
Me gusta la intimidad que surge en algunos conciertos. Ello te permite hacer un tipo de música que es imposible crear en grandes eventos.
¿Cuándo grabará un nuevo álbum con Giant Sand?
Ya he grabado otro disco de Giant Sand, pero aún no sé cuándo será editado.

¿Y podría avanzar si John Convertino y Joey Burns, actuales líderes de la banda Calexico, volverían a unirse al grupo para la gira de presentación del disco?
Hace casi diez años que John y Joey no están en Giant Sand. Fue divertido durante un tiempo pero después dejó de serlo. Pero conocí antes a John y he tocado más con él que con Joey. Yo sólo los presenté en Giant Sand y les conduje a Tucson. Supongo que ahora se estarán divirtiendo. Es duro hablar de ello.
Ambos músicos han declarado en alguna ocasión que los europeos entienden mejor la música de Calexico que los estadounidenses, que sólo se fijan en los mariachis y las trompetas.
Después de muchos años en Giant Sand, Joey comenzó a hablar en ciertos términos que soy incapaz de comprender.
¿Pero usted cree que en Europa entienden mejor su música?
Lo que yo creo es que la música norteamericana es principalmente música europea mezclada y convertida en algo que puede resistir las carencias de la música de Estados Unidos, un país relativamente joven. Pero cuando una música sobrevive a eso, se convierte en algo vital y lleno de espíritu. Como el jazz, el blues, el country o el rock, e incluso el punk. Pero esas raíces descansan en Europa, África y Latinoamérica.
No es la primera vez, y seguro que tampoco la última, que visita el País Vasco. ¿Le gusta esta tierra?
Me gustan mucho las vibraciones que hay en el País Vasco. Se respira cierto espíritu que me hace sentir bien. Además, nunca lo he pasado mejor bailando como con la música que se toca con ese acordeón vasco... ¿Cómo se llama? ¿Tricky-T-Shirt?

Trikitixa.
Eso, trikitixa. Tiene un ritmo feroz. También me gusta la música de Ruper Ordorika.
Recientemente ha grabado un disco con un grupo en Austria. ¿Podría contar algo sobre el proyecto?
Lo he grabado con un grupo, Radian, que toca lo que yo llamo música molecular. Crean un sonido que se encuentra entre moléculas. Tampoco sé cuándo lo publicaremos...
Y Fernando Vacas (Flow, Prin La La) le ha invitado a grabar otro álbum en Córdoba con un grupo de músicos gitanos.
Ahora mismo estoy en Córdoba. Esta ciudad está hecha de música. Se respira en todas partes, en todos los rincones de la casa, también en mis sueños. Me despierto agotado.
¿Y qué hay de su nuevo disco de piano solo?
Me estoy tomando mi tiempo para hacer un muy buen disco de piano. Casi estoy dejando que se haga solo, sin prisas. Estoy recolectando piezas en todos los lugares por los que paso. Quizá encuentre algunas aquí también... De hecho, ahora mismo están afinando el piano... (ríe)
Al observar lo heterogéneos que son sus proyectos, parece que no se asusta ante nada. ¿Es el riesgo su modo de vida musical?
Sigo buscando algún reto que me detenga, pero aún no puedo parar. Quizá lo haga pronto...

En ‘El último vals’, película en la que Martin Scorsese filmó el concierto de despedida de The Band, Robbie Robertson aseguraba que la carretera había sido su escuela, pero que no soportaría otros veinte años de giras y conciertos. “Es un estilo de vida imposible”, decía. ¿Lo es para usted, que lleva ofreciendo conciertos desde los 80 y tiene más de 30 discos?
Robbie salió demasiado pronto. Su banda era magnífica y la echo de menos. Pero creo que todos fueron menos felices al separarse de lo que lo habrían sido si hubieran seguido adelante. Lo realmente imposible es tener una banda y una familia al mismo tiempo. La cosa tiene truco.
¿Qué ve cuando mira al futuro?
Ahora mismo ya estoy en el futuro. ¿Qué puede decir cualquiera acerca del futuro? A mí me gusta aparcar el futuro hasta mañana.



Entrevista publicada el 9 de febrero de 2007 en el diario Noticias de Gipuzkoa.





06 febrero 2007

A dos metros bajo tierra (2001-2005)


The End

Escribo estas líneas en estado de shock, tres palabras muy utilizadas en la serie A dos metros bajo tierra, porque acabo de ver en DVD el último capítulo de la quinta temporada con la que ha finalizado este impresionante producto televisivo que está a la altura de muchas de mis películas favoritas de todos los tiempos. Quizá parezca una frivolidad o un exceso mostrarse afectado por algo así, pero me invade un sentimiento parejo a la orfandad al ser consciente de que ha terminado algo que tan buenos ratos me ha proporcionado en los últimos años. Existen pocos refugios tan confortables como la ficción, y no es extraño sentir cierto malestar cuando una trama ficticia en la que te encontrabas cómodo toca a su fin y llega el momento de zambullirte en una nueva.
Un gran amigo, también muy aficionado a la familia Fisher, dice no entender muy bien por qué ha tenido tanto éxito en Estados Unidos una serie que habla de un modo tan explícito de la muerte, de la homosexualidad y de la familia. Será porque los yanquis, tan pacatos ellos para casi todo, suelen ser los mejores cuando se ponen autocríticos y abordan los grandes temas de la vida.
Sin duda, lo de A dos metros bajo tierra es insólito. No sólo toca la MUERTE (con mayúsculas), la homosexualidad y la familia. También aborda cuestiones tan sesudas como la amistad, la soledad, el sexo, el arte, la locura o la enfermedad. Y lo hace con un tono oscuro y enrarecido, pocas veces amable. El espectador - a mí me ha ocurrido- sufre junto a los personajes y llora con ellos. Porque es una serie en la que, ante todo, se sufre. Y mucho. Demasiado incluso.
He pasado tantas horas con esos personajes de ficción que los conozco mejor que a muchos de mis familiares. Algunos, incluso, me despiertan más simpatía que ciertos parientes reales que espero no lean estas líneas...
Al morir, quisiera que me llevaran a la funeraria Fisher & Hijos (ahora Fisher & Díaz), dejarme embalsamar por las hábiles manos de Federico y que Nate y David atendieran a mis familiares, a quienes recibirían con un sincero "Lamento mucho su pérdida". Luego llegaría el velatorio, casi siempre rocambolesco, con Claire, escondida tras las cortinas, sacando fotos para presentarlas en clase de arte. En un rincón, Ruth estaría, sin duda, llorando por algún motivo...
Ocurre a menudo en esta serie plagada de fantasmas y de muertos que se aparecen a los personajes en los momentos de zozobra. Y a mí también me gustaría que el día de mi funeral -"el servicio", lo llaman ellos- mi cadáver, depositado en un lujoso ataúd de caoba, se levantara de repente para implorar a los Fisher y a los inolvidables personajes que les rodean: "¡Volved! ¡No os vayáis aún!"

PD: Me piden que aclare el porqué de la foto de arriba. Al lado del pack de la quinta temporada de A dos metros bajo tierra descansa, a punto de morir, una botella de vino cuya marca omitiré para no hacer publicidad. La descorché para disfrutar del último episodio de la serie y despedirme así de los Fisher. La última vez que hice algo parecido -beber buen caldo en la soledad del salón- fue el día que entró en casa el último disco (triple) de Tom Waits, Orphans, sobre el que se ha hablado ampliamente en este blog.