27 agosto 2007

Jazzaldia (y VIII)


Elvis Costello/Allen Toussaint

MÚSICA HURACANADA PARA EL FIN DE FIESTA
(publicado el 30 de julio de 2007)

Elvis Costello y Allen Toussaint coincidieron en los conciertos benéficos a favor de los damnificados por el huracán Katrina . Entre ellos se encontraba el propio Toussaint, oriundo de Nueva Orleans, a quien incluso se dio por desaparecido durante la catástrofe. El pianista llevaba varios años dedicado a la producción discográfica, pero un proyecto común con el otrora impulsor de la new wave británica le ha devuelto a los escenarios.

Anoche recalaron en la Trini para clausurar la 42ª edición del Jazzaldia con un vibrante concierto en el que presentaron buena parte de los temas que integran su álbum conjunto, The River in Reverse (2006). Combinaron temas como On Your Way Down o Tears, tears and more tears con composiciones míticas de Costello. Sin su tradicional sombrero, Costello estuvo muy comunicativo. Ambos estuvieron muy risueños y otorgaron una fuerza extraordinaria al concierto para deleite del público.

Los ágiles dedos de Toussaint le dieron a la velada un agradable color sureño, presidido por el rhythm & blues y el soul. Se apoyaron en los Imposters de Costello, con el teclista Steve Nieve como principal estrella, y en los espectaculares vientos del cuarteto de Allen, y convencieron con un vendaval de música huracanada que se convirtió en otra de las grandes actuaciones de este año.



23 agosto 2007

Jazzaldia (VII)


Pat Metheny/Brad Mehldau

METHENY Y MEHLDAU ELEVAN LA EXQUISITEZ AL CUADRADO
(publicado el 30 de julio de 2007)

Sábado noche en Donostia. 21.00 horas. Los fotógrafos que normalmente trabajan a pie de escenario han sido desterrados al fondo de la plaza. También están más alejadas de lo habitual las cámaras de TVE que todas las noches graban los conciertos de la Trini.

Por megafonía se advierte de que Pat Metheny y Brad Mehldau han pedido expresa y reiteradamente que nadie saque fotos, con o sin flash, de manera que puedan realizar su trabajo lo mejor posible. Está claro que algo grande se está fraguando…

Con cierto miedo metido en el cuerpo, pero sabedor de estar a punto de presenciar un concierto casi irrepetible, el público recibe con un gran aplauso a ambos músicos, que inician, en solitario, un delicioso recital de guitarra y piano. Rompen el silencio con Unrequited , que deja patente que la velada estará regida por la sutileza, el refinamiento y la sofisticación.

Hace tiempo que el aficionado al jazz sabe cuánto puede dar de sí una guitarra en manos de Metheny, pero buena parte del público no da crédito al virtuosismo que exhibe el insultantemente joven Mehldau, que hace unos pocos años encandiló al Kursaal al frente de su trío. Ejecutan sus composiciones casi en trance, con los ojos cerrados, como muchos espectadores, que escuchan perplejos cómo los dedos de Mehldau saltan ágiles de una tecla a otra y protagonizan hermosas digresiones que se topan con punteos de guitarra sublimes. La armonía es total.

Prosiguen los dos solos con su desnuda propuesta. El de Missouri coge la acústica e introduce Make Peace , una balada con ecos sureños y un clímax brutalmente emocionante: Metheny rasga las seis cuerdas con una inusitada fiereza y Mehldau logra que se tambaleen los cimientos de su piano Steinway. Simplemente conmovedor.

de dúo a cuarteto Es momento de soltar la tensión acumulada tras el desgarrador intercambio musical entre guitarra y piano. La sección rítmica entra a saco y el dúo se convierte en cuarteto. Avasalladores, el bajista Larry Grenadier y el batería Jeff Ballard no dan tregua en el pegadizo A Night Away .

En esta segunda parte del concierto dominan los temas del disco Quartet (2007), donde la presencia de Grenadier y Ballard es mayor que en Metheny Mehldau (2006). Los cuatro logran un sonido excepcionalmente compacto y saben sonar violentos o suaves según la ocasión, pero siempre sublimes y apasionados, con un equilibrado reparto de solos en piezas como En la tierra que no olvida o Ring of life .

Bajista y baterista abandonan el escenario sólo mientras Metheny interpreta The Sound of Water con un bizarro instrumento llamado Pikasso, cuyas 42 cuerdas brindan a su música ciertas resonancias orientales. Regresa la sudorosa máquina del ritmo de Grenadier y Ballard, al tiempo que la guitarra eléctrica da paso a la sintetizada. Se suceden las melodías -Towards the Light , Santa Cruz Slacker , Fear and Trembling o Say the Brothers Name - y el ánimo de la silenciosa audiencia no decae. Ni el de los dos generosos protagonistas de la velada que, a pesar de llevar más de dos horas sobre las tablas, aún tienen ganas de ofrecer un bis.

La familiar voz femenina que anuncia el inicio y el fin de los conciertos de la plaza despide la sesión hasta el día siguiente. Las luces se encienden y los espectadores suspiran, con las notas de un exquisito concierto aún reverberando en sus oídos. Las caras de los afortunados que han presenciado el concierto durante dos horas y en un contenido silencio sólo roto por los aplausos entre tema y tema, no pueden ser más expresivas.

Aunque el sábado no hubo sesión doble en la Plaza de la Trinidad, podría decirse que las 2.676 almas que, según la organización, se dieron cita en el lugar, disfrutaron de dos conciertos por el precio de uno. El primero consistió en el intercambio de experiencia y sensibilidad que protagonizaron, solos a la guitarra y al piano, los dos principales protagonistas de la noche. El segundo llegó cuando Larry Grenadier y Jeff Ballard aportaron su fiereza y delicadeza a un cuarteto que sólo pudo sonar mejor en un auditorio como el Kursaal.

Cuando dos intérpretes de la importancia de Metheny y Mehldau coinciden en un proyecto discográfico o en un escenario suele recurrirse a la palabra duelo para definir su trabajo conjunto. Pero el espectáculo que logró que el sábado el Jazzaldia viviera su noche más redonda tuvo poco de duelo y mucho de diálogo lírico entre dos músicos que se escuchan, se admiran y se entienden.

Ahora lo deseable sería que la colaboración entre ambos artistas no se quedara en los dos únicos discos que han publicado hasta el momento y siguieran creando afición con su exquisito jazz.

JazzaIdia (VI)


Sly & The Family Stone y The Cherry Boppers

LA FAMILIA STONE Y THE CHERRY BOPPERS DESATAN EL FRENESÍ FUNK
(publicado el 29 de julio de 2007)

Quienes pudieron verlo antes de su actuación en la Trini coincidían en que Sylvester Stewart (Sly Stone) parece estar viviendo de prestado. "No va a salir hasta bien entrado el concierto", decían. Y así fue. La familia más pétrea del flower power -formada por blancos y negros, hombres y mujeres, viejos y jóvenes- salió a escena y fue al grano con el himno Dance to the Music. Pasarían unos cuantos temas más hasta que el patriarca hiciera su aparición estelar.

Aguardó su turno parapetado tras el órgano Hammond, un pasito adelante y otro atrás. Cuando a duras penas se llegó hasta los teclados fue evidente que, desgraciadamente, el otrora espídico y enérgico vocalista no está para muchos trotes. Oculto tras su gorra y sus anteojos de sol, el gran freak de la banda de Frisco dio algunos paseos por el escenario, repitió el signo de la victoria con unas manos que apenas podían sostener el micro y regresó al backstage para enchufarse a la botella de oxígeno.

El protagonismo lo adquirieron los instrumentistas de la banda y los impresionantes cantantes, liderados por Vaetta Lazelle Stewart, la oronda hermana de Sly. Éste aparecía y desaparecía del escenario como si fuera el Guadiana mientras sonaban éxitos como Hot Fun in the Summertime, Somebody's Watching You , Don't Call Me Nigger, Whitey o Stand .

Poco le importó a la audiencia que Sly se haya convertido en un caricato enfermo que recuerda al Papa Wojtyla cuando no se tenía en pie para ofrecer sus discursos. Y poco importó que el show made in USA que desplegó resultara un tanto enlatado porque, a pesar de algunos desajustes técnicos y cierta desorganización escénica, la masa conectó con la familia Stone, bailó con frenesí y coreó alegremente sus tonadas a favor de la integración.

El funky presidió, sin duda, la fiesta revival del viernes, pero mezclado con otros ritmos como el soul, el rock, la psicodelia e incluso el reggae. Aunque pudo haberse roto la crisma, Sly sobrevivió al salto de dos metros que dio desde el escenario para reunirse con el público de las primeras filas.

Hubo un guiño al Get Up de James Brown y la banda se explayó a gusto con Higher , durante la cual el sexagenario cantante presentó a los miembros de su prole -hijas y sobrinas- que, sin participar directamente en el concierto, lo siguieron desde el fondo del escenario pertrechadas con videocámaras, teléfonos móviles y mucho tabaco. Uno de sus retoños salió en dos ocasiones para marcarse unas extrañas danzas y rapear. Pelín surrealista.

Los felices días de farlopa y rosas quedan lejanos, muy lejanos para la familia Stone, pero su actuación en Donostia dejó patente que, 40 años después, su música conserva una fuerza incuestionable.

para la historia Antes de la verbena funky de Sly & The Stone Family habían calentado la pista de baile The Cherry Boppers, que hicieron historia en el Jazzaldia. Tiene su gracia que un combo bilbaíno sea el primer grupo local seleccionado por el festival donostiarra para actuar en la Trini pero, ironías aparte, cabe subrayar que la elección fue de lo más acertada y feliz. Como habían prometido, los vizcaínos salieron a por todas y no parecieron intimidados por el papelón de talonear a Sly. Ofrecieron una auténtica descarga de jazz funk, groove y acid jazz en un escenario que para nada se les quedó pequeño.

El poderío de la flauta y el saxo de Mihail Goldfingers, el carisma del bajista Lando Stone, la prestancia del guitarrista Xixo Yantani, la indispensable base rítmica del batería Txefo K-Billy y el sonido juguetón del órgano Hammond de Ignatius Jhonny. Todos esos elementos apuntalaron el homenaje a la música negra de los 60-70, con las versiones a los maestros del género -Lou Donaldson, Reuben Wilson, Maceo Parker, Grant Green y James Brown, entre otros- incluidas en su álbum de debú, Dressin' the Puppet , y composiciones propias como Potato Jumpy o Black Lolita , tema este último que acaban de editar en un single en vinilo cuya cara B contiene un acercamiento al imperecedero Watermelon Man de Herbie Hancock.

Es obvio que The Cherry Boppers no han inventado nada, su propuesta es añeja, como la de Sly & The Family Stone, pero suena más fresca, vitalista, no tan prefabricada. No es cuestión de establecer cuotas de actuaciones, pero visto el entusiasmo que despertaron las Cerezas del Be Bop, que pusieron en danza a la concurrencia con su música perpetrada en el Botxo, la organización del Jazzaldia podría plantearse que al menos una banda local actuase en la Trinidad en cada edición. Tampoco es pedir mucho. ¿O sí?


16 agosto 2007

Jazzaldia (IV)


Marcus Miller y Vienna Art Orchestra

MARCUS MILLER ELECTRIFICA LA TRINIDAD Y VIENNA ART ORCHESTRA SUSCITA INDIFERENCIA
(publicado el 27 de julio de 2007)

Sólo su habitual sombrero negro evita que Marcus Miller pase totalmente desapercibido mientras camina por la calle 31 de agosto antes de sumergirse en el backstage de la Trini. Sus tejanos y su camiseta negra le confieren el aspecto de un tipo normal, pero no lo es en absoluto. Ha participado en más de 400 grabaciones como músico de estudio con artistas como Aretha Franklin, Frank Sinatra o Bryan Ferry, aunque su mayor logro fue entrar en la banda de su admirado Miles Davis y componer y producir discos para él cuando sólo era un veinteañero.

Con este currículo se presentó el jueves en un trepidante y eléctrico concierto que arrancó con Blast , título de su último álbum. El invento sonó atractivamente moro y el saxo de Keith Anderson le dio un color free a la cosa. Prosiguieron los riffs y los punteos imposibles con una revisión del Higher Ground de Stevie Wonder, y continuaron con un tema de Miles Davis, Jean-Pierre . La irreparable ausencia del trompetista fue suplida por el solvente imitador Michael Stewart.

En Panther se dieron cita todos los ingredientes de la inquieta y mixturada propuesta del bajista: funk, mucho funk, pero también jazz, groove y unas pinceladas de rock. No en vano, muchos consideran al neoyorquino el Jimi Hendrix del bajo y no falta quien pone a Miller a la altura del mismísimo Jaco Pastorious por su increíble técnica: controla como nadie el slap -acto de percutir las cuerdas del bajo con el pulgar- y su pegada es siempre certera.

Es capaz de tocar media docena de instrumentos, entre los que figura el clarinete bajo con el que abordó de forma maravillosa y embriagadora When I Fall in Love . Regresó al bajo y se detuvo en un juguetón Come Together que fue reconocido en el acto por el público beatlemaniaco , y en los bises cantó con voz de falsete la quedona balada Boomerang , incluida en , el álbum con el que ganó el Grammy al mejor disco de jazz contemporáneo en 2001.

Remató el bolo a la perfección, invocando nuevamente al espíritu de San Miles con Tutu , uno de los temas que Marcus Miller compuso y produjo para el álbum homónimo que el trompetista lanzó en 1986, en las postrimerías de su carrera. El fin de fiesta fue perfecto, rítmico, marchoso: el Fender de Miller dialogó con la curiosa sección de vientos, que también incluía a la armónica de Grégoire Maret, y con la atronadora batería de Poogie Bell y los teclados del incansable Bobby Sparks.

desbandada general En la segunda parte actuó la Vienna Art Orchestra, considerada la principal big band de toda Europa. Han pasado ya 30 años desde que su director, el suizo Mathias Rüegg, la fundara, y desde entonces nuevos músicos han ido entrando y saliendo de ella.

No cabe duda de que es una formación con solera y con un plantel de músicos espectaculares, pero su actuación de ayer suscitó cierta indiferencia. Es posible que algunos de los que pusieron pies en polvorosa tuvieran prisa por llegar a la descarga de rock progresivo de Van Der Graaf Generator en el Victoria Eugenia, pero la desbandada dejó la Trini con la mitad del aforo vacío.

No faltó, empero, un buen número de incondicionales que aplaudieron a rabiar la variedad de estilos por los que transitó la Vienna Art Orchestra: los ritmos de las big bands de los años 40 y 50, la música latina y unos apuntes de jazz en su vertiente más eléctrica. El momento más aplaudido llegó en el único bis, cuando sólo tres de los veinte integrantes del grupo -dos clarinetes y un triángulo- regalaron una hermosa y acelerada tarantela que puso en pie a los espectadores. ¿Menos es más?




09 agosto 2007

Jazzaldia (III)


Richard Galliano y Chick Corea/Gary Burton

COREA-BURTON, O CÓMO CAMINAR SOBRE EL CRISTAL SIN ROMPERLO
(publicado el 27 de julio de 2007)

La relación entre Chick Corea y Gary Burton nació de la improvisación, palabra intrínsecamente ligada al jazz. Ambos intérpretes, pianista y vibrafonista, participaron en una jam session en Munich, recién estrenados los años 70. Pasaron sólo unos meses hasta que el sello alemán ECM les llamara para proponerles una grabación conjunta que vio la luz en 1972 bajo el sugerente título Crystal Silence .

Desde entonces, han protagonizado más colaboraciones discográficas y han realizado varias giras internacionales. Como la que el miércoles les condujo a la Trinidad, donde ofrecieron un recital marcado por la sobriedad y el virtuosismo.

Aunque el concierto tuvo como objetivo conmemorar los 35 años de la edición de Crystal Silence , las primeras piezas que abordaron fueron Love Castle y Native Sense , incluidas en un disco de duetos que Corea y Burton lanzaron en 1997.

El duende que desde hace tiempo habita en el interior de Corea le puso a batir palmas al inicio de Alegría , una nueva composición que ha escrito específicamente para el dúo con Burton inspirándose en ritmos flamencos. Aunque Chick es un jazzman mucho más mediático que su compinche, no tuvo mayor problema en compartir protagonismo con él a la hora de introducir los temas que iban a tocar.

"Es la hora del be bop", sentenció Burton antes de abordar su particular homenaje a Charlie Parker y Dizzy Gillespie. Tras No Mystery , otra pieza de Corea revisitada junto a Burton en el citado álbum Native Sense: The New Duets (1997), deleitaron con una hermosa revisión del Waltz for Debbie de Bill Evans.

Y reservaron Crystal Silence para el ecuador del recital. Era el momento de recordar el trabajo que los reunió por vez primera hace tres décadas y media. Como el resto de las piezas, sonó excelente. La maestría de Gary Burton con las cuatro mazas del vibráfono -sostiene dos en cada mano- halla el acompañamiento ideal en la sutileza con la que Chick Corea acaricia las teclas del piano. Su música se sabe delicada, frágil, y ambos intérpretes parecen caminar sobre un fino cristal que no llega a romperse.

Decía el eslogan de la discográfica ECM que el suyo era el sonido más bello después del silencio. Y así fue el miércoles. A pesar del estruendo que suelen armar algunos miembros de la vecina Sociedad Gastronómica con sus voces, platos y cubiertos, el público de la Trini guardó un respetuoso silencio, sabedor que asistía a un espectáculo único y pleno de sensibilidad donde la música, cristalina, fluye libre, sin ataduras, como un dulce arrullo que se abre paso entre el silencio.

Sólo el final de la sesión adquirió un tono más festivo. No podía ser de otra forma, pues el tándem Corea-Burton retomó los aires latinos para animar la velada con temas como La Fiesta o Armando's Rhumba . Y en los bises no faltó la sorpresa que sólo conocían quienes leen diariamente estas crónicas: el percusionista brasileño Rubem Dantas subió al escenario con su cajón y consiguió que la noche fuera, si cabe, más alegre.

genial galliano Antes del virtuoso dúo había pasado por la Trini el quinteto Tangaria, comandado por el músico francés Richard Galliano, considerado, con razón, heredero directo de Astor Piazzolla. Cualquier incauto que mantenga sus prejuicios en torno al acordeón debería asistir a un concierto así para desterrarlos. Unas veces suena parisino y otras argentino, balcánico y hasta latino, pero siempre resulta arrebatador. Lo fue desde el inicio, con melodías sinuosas, nostálgicas, románticas y siniestras. Destacó el buen hacer del veloz violinista Alexis Cárdenas con quien, además de interpretar temas como Tango pour Claude , Chatpître o Spleen , Galliano tributó el preceptivo homenaje al maestro Piazzolla y su inmortal Libertango .