02 agosto 2010

Concierto de Mark Knopfler en Bilbao

Mi reino por un punteo

Fecha y lugar.
30/07/10. Plaza de Toros Vista Alegre. Bilbao. Intérpretes. Mark Knopfler (voz y guitarras), Guy Fletcher (teclados, guitarras), Richard Bennett (guitarra, ukelele), Glenn Worf (bajo), Danny Cummings (batería), Matt Rollings (piano, teclados, acordeón), John McCusker (violín, bouzouki, mandolina) y Michael McGoldrick (flautas, gaita). Incidencias. Asistieron unas 6.500 personas. Además del merchandising habitual, tras finalizar la función se podía adquirir, al precio de 25 euros, una llave USB con la grabación del concierto.


Mark
Knopfler siempre tuvo querencia por el folk, los ritmos de raíz celta y el country. Lo demostró incluso cuando aún lideraba Dire Straits y publicó bajo su nombre varias bandas sonoras y una celebrada colaboración con Chet Atkins, aunque hasta la disolución del grupo en 1995 no pudo lanzarse de lleno a la búsqueda de una propuesta que no primara el protagonismo de su virtuosa guitarra, sino el hallazgo de melodías más modestas pero rebosantes de matices.

Un ejemplo perfecto de ello es Border Reiver, la balada con la que comienza su último trabajo en solitario, Get Lucky (2009) y que inauguró el viernes su concierto de la plaza de toros de Bilbao. Respetó, casi hasta el último acorde, el esquema de su presente gira, marcada por la falta de dinamismo de un Knopfler obligado a actuar sentado en un taburete debido a una lesión de espalda. En What it is y Sailing to Philadelphia empleó la Fender Stratocaster y después alternó algunas de sus 70 guitarras, entre ellas un dobro mellizo del de la portada del disco Brothers in Arms. Sin embargo, lo que aportó verdadera entidad a la velada fue la robusta banda de músicos que, en temas como Coyote o Hill Farmer"s Blues, aprovecharon la flauta, el violín, el acordeón, la gaita y otros instrumentos para propiciar una escapada sonora desde las Highlands al profundo sur de EEUU, pasando por Portobello Road.

El momento que esperaba el 99,9% del público llegó cuando unos acordes de piano sugirieron el inicio de Romeo and Juliet y la audiencia rugió de felicidad. Para cuando el escocés rasgó las seis cuerdas el coso estaba ya iluminado por cientos de teléfonos móviles, sustitutos de los mecheros que antaño prestaban lumbre a las canciones lentas del rock. El "oe-oe-oe" y los aplausos fueron tan atronadores que el guitarrista les puso música, casi como si de un jazzman se tratara, con una juguetona melodía improvisada. Luego desempolvó un segundo hit de Dire Straits, Sultans of Swing, y la intensidad de su legendario punteo final -uno de los más aplaudidos de la historia- puso en pie a la plaza. Sultán, rey o califa. Tanto da: sigue tocando con tanta destreza y elegancia como cuando llevaba aquella horrible cinta en la frente para evitar el sudor. Y sin púa.

A modo de interludio interpretó Done with Bonaparte, una tonada celta que parecía extraída del cancionero de The Chieftains, y Marbletown, con la que la función adquirió visos de country-western. Speedway at Nazareth fue, quizá, la más formidable de las piezas de su repertorio propio, por la energía con la que acometió su desarrollo instrumental -con unos riffs grandiosos- y por su carácter de puente entre el Mark sosegado y folkie de la actualidad y aquel eléctrico músico que hace 25 años colapsaba estadios al frente de Dire Straits. Ya en la recta final, el guitar hero dio de comer al hambriento público otros tres éxitos de su extinta banda, Telegraph Road, Brothers in arms y So far away, condimentados con algún arreglo nuevo pero, en general, muy fieles a los originales.

Piper to the end, la nana celta que rubrica su último trabajo, fue también el tema final del concierto. Tal vez Knopfler quiso recordar cuál es su apuesta actual, pues si años atrás fue un alquimista esforzado en escribir algunas de las páginas más memorables del rock guitarrero, su objetivo ahora es encontrar la piedra filosofal con la que tallar composiciones tan redondas como, por ejemplo, Danny Boy, el centenario himno irlandés de origen incierto. Sus incondicionales respetan y aprecian el giro dado a su carrera, pero no le perdonarían una ruptura total con el pasado. De ahí que esté condenado a conciliar lo que realmente le apetece hacer con la necesidad de complacer a todos los espectadores que cambiarían su reino por un punteo de Dire Straits.

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