20 julio 2006

All that jazz

Pues ya está. Habemus Jazzaldia.
Mañana empieza la cita del verano por excelencia. Seis días de música frenética, más o menos improvisada, que le dejan a uno literalmente exhausto. Hay varias cosas interesantes para ver: Howe Gelb, Dr. John, Crimson Jazz Trio, Herbie Hancock, Matthew Herbert, etc. No hay entradas para Jarrett ni Veloso. Una pena. Lo mejor, el ambiente de las terrazas del Kursaal y la Zurriola. Todo gratis. Menos la cerveza verde, claro.
Ahí reside la grandeza del Jazzaldia donostiarra, que es un evento popular en su sentido más amplio y en el que el público puede disfrutar sin gastarse más dinero que el que cuesta el líquido elemento en el bar o el billete del autobús para regresar a casa. Y eso no lo tienen el resto de grandes festivales de la capital guipuzcoana. El Zinemaldia, por ejemplo, es un gran certamen, pero no tiene un solo acto gratuito. Hay que pagar si se quiere ver cualquier de los cientos de películas que se proyectan. Tres cuartos de lo mismo ocurre con la Quincena Musical o, a una escala menor, con la Semana de Terror.
Lo dicho. Todos a la calle a disfrutar, con el permiso del dios de la lluvia, con decenas y decenas de conciertos. Cuando llegue el séptimo día, tocará descansar, como hizo aquel tipo que por sombrero usaba un triángulo con un ojo dentro y que salía en el capítulo Génesis de la novela Biblia si mal no recuerdo. Entonces se agradecerá el chubasco y el descanso, pero se repetirá la sensación de orfandad que cada año se impone al terminar el festival y tener que aguardar 359 días hasta el inicio de la siguiente edición.

18 julio 2006

Bob Dylan


Utilicen la foto de arriba como si de una prueba de oculista se tratase. Imagínense a su óptico.
- ¿Reconoce al segundo individuo por la izquierda?
- No del todo, doctor.
- ¿Y si le digo que va de negro?
- Ah, sí, ahora le veo, aunque no le distingo del todo.
- Lleva sombrero. Sombrero negro, claro.
- Yo diría que, por la forma del sombrero, en plan cordobés, podría ser Juanito Valderrama.
- No, no, no... Espere, le voy a ampliar un poquito la imagen. (...) ¿Ahora?
- Sigo sin verlo bien.
- Le daré otra pista. Se llama Bob.
- Hostia, sí. Bob, Bob, Bob... ¡Ya lo tengo! ¿Es Bob Marley?
- No.
- ¿Bob Sands?
- Tampoco.
- ¿Bob El Silencioso?

Aunque el paciente aquejado de astigmatismo galopante sigue sin acertar, podríamos dar por buena esta última respuesta, ya que Bob Dylan no abrió la boca más que para pronunciar, durante los bises, un no sentido "Gracias a todos" y presentar a los miembros de su banda.
Perdonen que me ponga bíblico pero estaba escrito que así ocurriera. Estaba cantado que en el Concierto por la Paz no fuera a haber ninguna alusión a la paz. Al menos por parte del viejo Bob, un tipo que no se ha mojado jamás, ni siquiera cuando ha ido a la playa. ¿Qué esperaba la gente? ¿Que liberara cuatro palomas enjauladas, una por cada década de sufrimiento en el País del Asco? Qué ingenuidad... El tío vino, tocó y canto -si lo hizo bien o mal es cuestión de gustos- y se embolsó los tan cacareados 300.000 euros. Nada que objetar. Es su trabajo, y es lógico que quiera rascar toda la pasta que pueda. Lo que ya no es tan lógico es la insistencia de las instituciones -Ayuntamiento de San Sebastián y Diputación de Gipuzkoa- en vendernos el evento como algo que mejorará la convivencia entre vascos y apuntalará -como dijo el Señor de Donostia, Odón Elorza- el proceso de paz. "Ja-Ja-Ja". Me parto la caja torácica. Ellos sabían de antemano que al viejo Bob el tema de la paz le iba a resbalar a lo largo y ancho de su impermeable ideológico. Sin embargo, han querido vendernos la moto pacifista y apuntarse el tanto de traer a Dylan ante la ciudadanía. En fin. Qué ganas de mezclar churras (música) con merinas (política).
¿Y el concierto? Bien, gracias. Aunque podría haber estado mejor. Al quien escribe esas líneas le habría gustado poder seguirlo tranquilamente, desde la arena, cerca del escenario, en lugar de hacerlo a varios metros de distancia por motivos de trabajo. Pero es lo que tiene ser plumilla cultural. Los momentos eléctricos, guitarreros, estuvieron geniales, y Bob bordo uno de sus primeros temas, Don't think twice. Una maravilla. El público, aletargado durante todo el bolo, sólo despertó en los bises con Like a Rolling Stone. Y es que a la mayoría de los asistentes Dylan se la traía al pairo. Una pena.
Lo que sigue es la crónica de urgencia publicada el día 12 de julio en Noticias de Gipuzkoa. Debajo, una serie de fotografías que reflejan las 24 horas de espera de algunos aficionados.


Sencillamente embaucador

Bob Dylan no se salió del guión prefijado en una actuación casi idéntica a todas las de su gira europea

Donostia.
El viejo Robert Zimmerman no se salió del guión en ningún momento. No hubo sorpresas. De hecho, y salvo algún mínimo cambio en el repertorio, cualquiera de las crónicas de los conciertos que ha ofrecido en los últimos días podría servir para describir el que ofreció anoche en la Zurriola.

Un autobús negro atraviesa el espigón y conduce al genio de Minnesota hasta la trasera del escenario. El público aplaude a rabiar. Con una tardanza de casi quince minutos, aparece en el escenario, de luctuoso negro y tocado con un sombrero similar al que lucía en la legendaria película Pat Garrett & Billy The Kid . Le escoltan, antes, durante y después del evento, sus músicos, vestidos todos de gris.

Parapetado tras su teclado de bolsillo, Dylan prende la mecha del concierto con la inevitable Maggie's Farm , a la que sigue una versión eléctrica, pero reconocible, de The Times They Are A-Changin' , con la que sopla su mítica armónica por primera vez. Aunque al principio parece haber proferido algún que otro gallo vocal, su voz se templa rápidamente y el trovador demuestra guardar una buena forma.

Entonces comienza el juego. ¿Qué canción está tocando ahora? Un buen truco para adivinarlo es afinar el oído y tratar de descifrar cuál es el primer verso. De ese modo sabemos que la tercera canción de la noche es Down along the cove y que la cuarta es To Ramona , tocada a ritmo de country. El primer bloque del concierto, eminentemente guitarrero y marcado por el rhytm & blues, finaliza con It's allright, Ma . El de Duluth elige un tema más reposado, Girl from the North country , pero acto seguido vuelve a la carga con una versión cañera del Highway 61 Revisited , en el que se marca un aplaudido solo a los teclados.

Quizá por las enormes dimensiones del auditorio natural -la playa-, los espectadores no parecen entrar en el concierto, salvo cuando suena algún tema mínimamente reconocible. Es el caso de una cadenciosa versión de Mr. Tambourine Man, protagonizada por el sonido del pedal steel guitar y el piano de Dylan. El estadounidense acomete la fase final del concierto con I'll be your baby tonight y Tweedle dee and tweedle dum , y deja para el final una deliciosa revisión del clásico Don´t think twice, it's allright . Finaliza con la juguetona Summer Days , -única pieza reciente del repertorio- pero reaparece en los bises con el himno Like A Rolling Stone . ¡Por fin un tema que se puede cantar! Desde las primeras filas y hasta el final de la playa, en Sagüés, todos cantan: "How does it feel!!!"

Al terminar, Bob lanza un tímido "Thanks everybody", presenta a su solvente banda y rubrica su actuación con la magnífica All along the watchtower, en la que sus músicos introducen algunos arreglos que recuerdan a la versión de la canción que firmó el gran Jimi Hendrix.

Dylan, protagonista absoluto del concierto por la paz, concluyó su actuación sin ninguna alusión a la misma. Ni siquiera interpretó Masters of War , pieza antibelicista que sí ha tocado en varios recitales durante el último mes.

Mikel Laboa había sido el primero en pisar el escenario. Su actuación fue breve e incluyó temas clásicos y nuevos como Ihesa zilegi balitz , Haize Hegoa, Txoria Txori o Izarren Hautsa . Después de Dylan, hubo fuegos artificiales, sesión del pinchadiscos donostiarra Javi P3z y concierto del grupo Macaco, que prolongó la fiesta playera hasta altas horas de la noche.




17 julio 2006

El asesinato de Richard Nixon

Viaje a la locura: Taxi Driver II

Acabo de llegar del cine donde, a pesar de ser verano, he visto una buena película.
No diré que he salido con la sensación de haber asistido al gran estreno del año, pero sí he llegado a casa con cierto sentimiento de desasosiego. El asesinato de Richard Nixon recuerda demasiado a Taxi Driver, de Martin Scorsese, para ser una buena película por sí sola, pero tiene grandes virtudes. En primer lugar, Sean Penn, presente en el 99% del metraje de la cinta, hace el enésimo mejor-papel-de-su-carrera. Y es que es inmejorable su caracterización como Sam Bicke, un pobre y tímido desgraciado que, como el Travis Bickle que De Niro encarnó en Taxi Driver, también coge la máquina de afeitar: el primero para rasurar su bigote y el segundo para raparse la cabeza y dejarse una lustrosa cresta. [Apréciese el increíble parecido entre los apellidos Bickle y Bicke]
En una y otra película hay voces en off que guían la acción, con frases magistrales. Las que se escuchan en Taxi Driver sobre la lluvia que caerá y barrerá la escoria de las calles son harto conocidas, pero El asesinato de Richard Nixon también incluye algunas citas tan acongojantes como "Me considero un grano de arena en esta playa que llamamos Estados Unidos. Hay otros 211 millones de granos de arena" o "Lo único que quiero es un poco del sueño americano, como mi padre o el padre de mi padre".
Es precisamente esa frustración, la imposibilidad de rozar siquiera el sueño americano, la que lleva al protagonista a iniciar un psicótico viaje hacia la locura.
El fallido asesinato de Nixon al que alude el efectista título no es más que un pretexto para narrar la historia basada en hechos reales de un individuo que grabó sus planes en varias cintas que remitió a Leonard Bernstein. "Señor Bernstein", comienzan las frases en off de Bicke, un vendedor divorciado que odia la mentira y el culto al dinero y que termina viendo a Nixon como el germen de todos los males que asolan al país.
Él, como Travis, trama friamente su plan, construye un artilugio para ocultar un revólver en la pierna, habla mientras blande el arma frente a un interlocutor ficticio: en Taxi Driver era un espejo y en El asesinato de Richard Nixon son dos lámparas con sombrero que simulan ser los pilotos del avión que piensa secuestrar para estrellarlo contra la Casa Blanca y acabar con la vida del presidente. "Si tengo suerte, la acción que estoy a punto de emprender demostrará a los poderosos que hasta el más insignificante grano de arena tiene algún poder para destruirlos", sentencia.
Como Bickle, al final Bicke termina con la cara ensangrentada y un cañón de acero posado en su cabeza. Sólo así, tras un largo camino de redención, parece poder poner fin a esas ansias de un sueño americano que, como el de la razón, también produce monstruos.

07 julio 2006

Ante el concierto de Dylan


Mi primera vez

EL martes en la Zurriola será mi primera vez. Llevo años escuchando a Dylan pero nunca lo he visto en directo. Como ocurre con el primer día de clase, el primer beso o el primer contrato, siento algo cercano al miedo. Miedo a la decepción, a ver al mito defenestrado, a que su voz suene como un gemido lastimero y a que cambie tanto las canciones que éstas resulten irreconocibles. Para apaciguarme, la víspera del concierto revisaré, por enésima vez, Pat Garrett & Billy The Kid . Cuando Slim Pickens muera al borde del río, Katy Jurado llorará -o reirá, nunca lo he sabido- mientras suena Knockin' on heaven's door. Seguro que vuelvo a emocionarme. Y cruzaré los dedos para que esa sensación se repita el martes.

06 julio 2006

Abeja espontánea


Alado azar

Esta imagen formará parte de una curiosa serie de fotografías que algún día colgaré en este blog bajo el título "Los semáforos del monte". Ésta me gusta, aparte de por su colorido, porque el azar quiso que se colara en cuadro una abeja que al disparar la cámara no alcancé a ver.