21 julio 2010

Un cuento de jazz

Cuando el otro día anuncié la creación de la Plastilina Jazz Band no recordaba que era mi segundo grupo, que hace ya varios años -no sé cuántos- formé otro combo, un sexteto en lugar de quinteto, que no estaba fabricado con plastilina, sino con tinta. Ahí va su historia.

Nueva Orleans, años 20

Corrían los años 20 en el sur de Estados Unidos. Una enigmática banda de Nueva Orleans, la Hell Jazz Band, revolucionaba el panorama musical de la época. Eran un sexteto frenético, tres pares de negros que ofrecían conciertos realmente endiablados. Sus admiradores se trasladaban desde tierras lejanas para disfrutar con sus asombrosas actuaciones y comprobar que la piedra angular de su éxito era la capacidad de improvisar sobre el escenario. Pero cometieron un error: negarse a tocar en el cumpleaños de Joe El Garfio La Ville, una especie de gángster local aficionado al vudú y a la magia negra.

Se negaron porque tenían apalabrado otro concierto en el orfanato de la ciudad ante niños y niñas que jamás habían escuchado una sola nota de jazz. El Garfio envió a varios matones a la inclusa. A tiro limpio, babeantes como perros rabiosos, irrumpieron en el edificio minutos antes de la actuación y secuestraron a la banda al completo. Llevaron a los músicos hasta la mansión donde se celebraba el cumpleaños del gángster y éste les invitó a tocar para él: se opusieron nuevamente. Tenían pendiente un concierto en el hospicio. La Ville montó en cólera y con una gamuza negra sacó brilló al garfio que reemplazaba a la mano que el cocodrilo de un pantano de Louisiana se le había merendado hace años. Pensó entonces que había llegado la hora de hacer un poco de vudú.

Tras recobrar el conocimiento, los seis músicos despertaron en un callejón oscuro envueltos en un aire que olía a embrujo. Enseguida se percataron de que algo había cambiado para siempre. El pianista comprobó horrorizado que le faltaban los dos brazos. El batería intentó en vano levantarse del suelo pero sólo tenía movilidad en las manos. El clarinetista vio su rostro reflejado en un charco. ¡Le habían desaparecido los labios y la boca! El guitarrista sólo tenía un brazo y el contrabajista carecía de dedos en las manos. El trompetista sintió un dolor en el pecho, tosió dos veces y su pañuelo apareció empapado en sangre: tenía tuberculosis. El tiempo apremiaba y sabían que una horda de niños aguardaban impacientes para presenciar su concierto. ¿Pero qué podían hacer en su estado, tullidos, maltrechos y con la muerte rondándoles? Sólo les quedaba una alternativa, hacer lo único que sabían: improvisar.

Boquiabiertos y con los ojos como platos, los niños no podían dar crédito a lo que estaban viendo: eran incapaces de imaginar que aquello que hasta entonces les había sido vetado, el jazz, podía ser algo tan extravagante, alucinante y divertido. El pianista manco arrancaba notas a su instrumento con los dedos de los pies y el batería, cuyo cuerpo estaba prácticamente inmovilizado, empleaba las manos para tocar el clarinete. El clarinetista, sin boca ni labios, rasgaba la guitarra mientras el guitarrista de un solo brazo había cambiado su instrumento por la batería y la aporreaba sin piedad con una única baqueta. Al mismo tiempo, el contrabajista sin dedos en la mano tocaba la trompeta demostrando una increíble habilidad con los muñones y, entre toses y esputos, el trompetista tuberculoso bailaba un macabro vals con el contrabajo.

El del orfanato fue el mejor concierto de la Hell Jazz Band. Y también el último. Nunca jamás volvió nadie a ver a aquellos seis músicos negros que una vez, no hace tantos años, hicieron de la improvisación un arte.

20 julio 2010

Plastilina Jazz Band


La ¿verdadera? historia de Plastilina Jazz Band

Podría decirles que Plastilina Jazz Band nació como excusa para ilustrar un suplemento sobre el Heineken Jazzaldia, pero sería tan prosaico y pragmático que prefiero inventar otra historia que puede no ser cierta, pero resulta -espero- algo más atractiva.

Decidí modelar aquellas cinco figuritas por la misma razón por la que muchos cineastas prefieren trabajar con dibujos animados o muñecos de plastilina: para tener un control todal sobre los actores. Estaba harto de fotografiar a grupos en penumbra, de tener que lidiar con otros foteros en las primeras filas y de ver cómo un sinfín de músicos se zafaban de mi vieja Nikon por su excesiva movilidad o mi inexperiencia. Si creaba a mis propios músicos para hacerles posar a mi antojo, podría obtener las increíbles fotos que me permitirían, al fin, eliminar el adjetivo "humilde" de mi apodo y ser, simple y llanamente, El Fotero del Pánico.

Pero mi gozo en un pozo. Después de crear y bautizar a los cinco músicos me fui a dormir y cuando desperté al día siguiente la banda al completo había desaparecido de la mesa de la cocina. Desde entonces no he vuelto a ver a ninguno de los cinco intérpretes y todo lo que sé de ellos me ha llegado a través de referencias de terceros. Un alumno de Musikene, por ejemplo, me contó que los integrantes del grupo se presentaron un día en el Centro Superior de Música del País Vasco y ocuparon una sala de ensayo de manera ilícita. Ningún estudiante o bedel podía aguantar el infame estruendo que hacían al tocar sus instrumentos, pero la nueva y polémica coordinadora del centro les dejó hacer porque aquellos eran los únicos estudiantes que no pedían su dimisión.

Sólo abandonaron el palacio cuando decidieron presentarse al proceso de selección de grupos locales del Jazzaldia. Fueron a inscribirse en persona a las oficinas del festival, y uno de ellos -no me especificaron cuál- decidió presentarse como yo lo traje al mundo, es decir, desnudo, con la intención de evocar el potencial transgresor y provocador del jazz. Sin embargo, lo que verdaderamente provocó a los organizadores no fue ver a un muñeco de plastilina en cueros, sino comprobar que los otros cuatro vestían camisetas de Keler, Estrella Damm y otras cervezas.

Se fueron con su ruido a otra parte pero amenazaron con volver. Y hay quien dice que días después irrumpieron en el despacho del director del Heineken Jazzaldia para hacerle chantaje: o les buscaba un hueco en la programación o desvelarían que en la discoteca personal de Miguel Martín figuran abundantes vinilos de Julio Iglesias, Manolo Escobar y David Bisbal. Tan vil amedrentamiento parece haber funcionado porque todo apunta a que Plastilina Jazz Band actuará en el marco de esos novedosos conciertos secretos que salpicarán el cartel de la 45ª edición que comienza mañana.


JOVI JOVÁ. Con semejante nombre, es inevitable que los miembros del quinteto le digan: "Cada día desafinas más". Su aspecto afrancesado no es más que una engañufla porque la boina es de la firma Elosegui y el bigote postizo. Su contrabajo -negro porque en la librería no había plastilina marrón- tiene cuatro palillos en lugar de cuerdas, así que se pueden imaginar cómo suena...




BIG MAMA JOVI. Paradigma de la cantante calva, camuflada bajo un pelucón lila. Híbrido entre Tom Waits (por la voz de esparto) y Carmen de Mairena (el parecido es más que razonable), algunos afirman haberla conocido en los tiempos en que respondía al nombre de Ramón y conducía un camión cargado de bebidas alcohólicas. Los pechos, los labios, e incluso el micrófono, son postizos. La duda ofende.





JON ON JOVI. Se presenta como el único vasco de la banda que, para más inri y como buen perdedor, es seguidor txuri-urdin. Cambió su antiguo txistu por el saxofón que ganó en una apuesta. El instrumento le gusta sólo porque su diminutivo (saxo) le recuerda a aquello que nunca podrá tener.






JOVI WAN KENOBI. Se hace llamar el jedi de las baquetas, pero su arritmia es tan proverbial como su cabeza. Suele enfadarse porque el resto del grupo se niega a poner bote para comprarle un chaston, pero cuando realmente se cabrea es cuando alguien le llama cara caipirinha.






GASPAR MELCHOR DE JOVILLANOS. Apodado, por motivos obvios, Baltasar. Está cansado de que le pregunten "qué es esa mierda que le sale del sombrero" y "qué es esa mierda que sale de su trompeta". El caso es que su trompeta es, en realidad, una vuvuzela tuneada.





PD: Se aceptan donativos de la firma JOVI por la publicidad gratuita que contiene este post.

08 julio 2010

El Fotero del Pánico en el diario 'Público'


Cantautoras que rompen la canción

Hace unos días este humilde fotero envió unas fotos solicitadas por el diario Público para ilustrar un reportaje sobre la incomparable Mursego. Han tardado pero finalmente han publicado un texto que no se limita sólo a destacar las bondades de la música de Maite Arroitajauregi -de las que aquí hemos hablado 1 y hasta 2 veces-, sino que se centra en otras cantautoras que habitan en los márgenes de la creación musical. El texto íntegro puede leerse aquí. Mola la definición de Mursego como hardcore de cámara...