24 junio 2007

Concierto de The Rolling Stones en Donostia

Instantánea capturada con el móvil. Ya me habría gustado llevar la réflex...

No es sólo rock and roll...


Cuenta la leyenda que el legendario guitarrista estadounidense Robert Johnson vendió su alma al diablo en un cruce de caminos: a cambio, podría tocar el blues mejor que ningún otro mortal. Dicen también que el mefistofélico pacto se mantuvo vigente durante ocho años hasta el 16 de agosto de 1938, fecha de su prematuro fallecimiento, provocado al parecer por un marido celoso que emponzoñó su whisky. Las únicas 29 composiciones que logró grabar antes de morir fueron suficientes para sentar cátedra, poner los cimientos del rhythm & blues y servir de referencia a una legión de guitarristas que en pleno siglo XXI continúan rindiéndole tributo.

Anoche se pasearon por el escenario del estadio de Anoeta cuatro británicos enjutos y talluditos que en su día también firmaron una diabólica entente con el Maligno. Aunque a ellos la jugada les salió bastante mejor que a su admirado Robert Johnson. A tenor de lo que pudieron presenciar las cerca de 35.000 almas que abarrotaron el campo de fútbol, fueron Sus Satánicas Majestades quienes engañaron a Lucifer, pues el pacto sigue en pie después de 45 años tras los que, todavía hoy, los Rolling Stones conservan en su poder el infernal cetro del rock and roll.

Sabedores de estar a punto de presenciar un acontecimiento histórico, los espectadores aguardaban ávidos de rock and roll la aparición de los Stones. Éstos respetaron casi a rajatabla la puntualidad de que hacen gala los súbditos de la Pérfida Albión y saltaron al escenario a las 22.15 horas, tras los conciertos de los teloneros Zenttric y Arno Carstens.

No hubo lugar para la sorpresa en el arranque de un trepidante concierto que rondó las dos horas. Los fuegos de artificio dieron paso al inefable Keith Richards que, hierático, rompió el hielo con el inconfundible riff de Start me up . Transmutado en una escurridiza sanguijuela, Mick Jagger se adelantó con unos contoneos más propios de un quinceañeros que de un sexagenario.

Inmediatamente retrocedieron a los tempranos 60 con Let`s spend the night together tras las que llegaron las primeras palabras en euskera de Sir Jagger: "Kaixo, Donostia. Gabon, zer moduz?". Y acometieron, Rough justice, la única pieza de su último disco. Ya en los primeros compases quedó patente que Ron Wood adquiriría el protagonismo guitarrero en detrimento del brontosaurio Keith Richards. Parapetado tras su batería, el canoso Charlie Watts dio buena cuenta de su famosa pegada.

Así fue en All down the line y You got me rocking , que precedieron a un regalo especial de los Stones a una ciudad en la que nunca habían actuado: por primera vez en la presente gira europea, tocaron Ruby tuesday , un clásico no tan conocido como Angie o Wild horses , pero una balada igualmente hermosa. Siguió el ritmo con Can't you hear me knocking -con Jagger a las maracas y a la armónica-, I`ll go crazy -en homenaje a James Brown- y la añeja Tumbling dice .

Y llegó su momento. No ha fallado ni una sola vez en todo el tour. El corsario Keith Richards tomó las riendas del espectáculo más grande del mundo y, con permiso de Jagger, cantó dos piezas, el blues acústico I got the silver y la pegadiza I wanna hold you . El público celebró y perdonó los desvaríos vocales de Richards, que sólo sirvieron para que el frontman de la banda descansase sus cuerdas vocales, tan propensas a contraer laringitis.

Y cumplieron con el ritual de deslizarse a través de una plataforma hidráulica -una suerte de papamóvil - hasta el escenario secundario donde interpretaron los clásicos It`s only rock and roll , It`s all over now y Satisfaction , que puso en frenética y exaltada danza a la concurrencia, con Jagger batiendo las maracas y agitándose como un poseso.

Regresaron al escenario principal a bordo de su txalupa galáctica mientras interpretaban la sudorosa Honky Tonk Women y sobre sus cabezas una gran boca hinchable sacaba la lengua más célebre del rock and roll. Y llegó la canción que a punto estuvo de convertir Anoeta en una gigantesca hoguera de la noche de San Juan: cuando Mick Jagger, enfundado en una levita diabólicamente roja, cantó el inevitable "Pleased to meet you!" de Sympathy for the devil dos grandes lenguas de fuego brotaban a ambos lados de la zona superior de la escena. Y los espectadores se convirtieron en coristas: "Uh, uh. Uh, uh".

El público, desatado, no daba crédito a lo que escuchaban sus oídos cuando en la recta final sonó la hipnótica Paint it black , en la que sólo faltó el sonido del sitar, y la carismática Brown sugar . ¡45 años de éxitos resumidos en media hora de canciones que culminaron con la esperada Jumping Jack Flash y una traca de fuegos artificiales! Apoteósico.

Aunque la afirmación suponga contradecir una de sus más famosas tonadas, The Rolling stones no es sólo rock and roll. Es mito, espectáculo, empresa, un estado anímico, artificio y oficio, mucho oficio. Pero sobre todo es Historia con mayúsculas. Una Historia que ayer, durante dos horas, tuvo como escenario la capital guipuzcoana. Era la primera vez que actuaban en Donostia y probablemente la última. Pero al menos la ciudad ha tenido la fortuna de presenciar el milagro del rock and roll. O lo que es lo mismo: admirar el espectáculo de una banda que lleva cuatro décadas y media caminando por el lado más salvaje de la vida y que aún continúa sin conocer rival.


12 junio 2007

Vincent Van Gogh


Carta a Theo

Mi querido hermano. He sabido de la inauguración en Madrid de una exposición con algunos cuadros que pinté en Auvers antes de morir. Intuyo que aún no me has perdonado que me descerrajara un tiro en el pecho, pero tú probablemente habrías obrado igual en mi lugar. Recuerdo haberte dicho, antes de expirar, que la tristeza durará siempre. Pero aquí mi espíritu ha encontrado la paz. ¡El infierno ya lo padecí en vida! En mi exilio voluntario continúo pintando a un ritmo frenético. Echo de menos los cipreses y los trigales, pero he encontrado motivos abstractos que llenan mis lienzos de colores y formas imposibles. Quisiera hallar el modo de enviarte mis últimas creaciones. Espero tu próxima carta.
Siempre tuyo, Vincent.

Concierto de Dean & Britta

Pop descalzo y elegante

03 junio 2007

Concierto de Patti Smith


Catártica Patti

(Más FOTOS después de la crónica)

Intérpretes. Patti Smith (voz, guitarras ocasionales y clarinete), Leonard Kaye (guitarra) Jackson (guitarra), Anthony Shanahan (bajo) y Jay Dee Daugherty (batería). Fecha y lugar. 01/06/07. Teatro Victoria Eugenia. Donostia. Incidencias. Tras el accidentado concierto de Fangoria, la del viernes fue la segunda ocasión en la que se retiraron las butacas del recinto para que el público pudiera seguir la actuación de pie. Esta vez, la nueva y consistente tarima instalada para la ocasión no causó ningún problema y la velada se desarrolló con total normalidad.


Ha
n pasado 32 años desde que una insolente veinteañera de Chicago, cuyo nombre de pila es Patricia Lee, deslumbró al mundo con un arrebatador disco de debut, Horses. El pasado viernes Patti Smith interpretó algunas de aquellas canciones en el Victoria Eugenia de Donostia y la sensación de quienes allí se congregaron fue unánime: hace tiempo que las manecillas del reloj se detuvieron para la madrina del punk. Fue suficiente ver su sempiterno aspecto desaliñado, sus contagiosas danzas chamánicas y escuchar los primeros compases del tema que abrió el concierto, Privilege (Set me free). A pesar del tiempo transcurrido, poco o nada ha cambiado en su transgresora actitud y su asombrosa voz no ha perdido un ápice de la fuerza de antaño.
En su visita a Donostia –la única en el Estado si se exceptúa su participación ayer en el Primavera Sound de Barcelona–, Patti Smith tenía como misión presentar su último trabajo, Twelve, donde la estadounidense ha facturado doce versiones de sus bandas favoritas. Sin embargo, sólo interpretó cinco de esos temas. Sopló el clarinete en el Are you experienced? de Jimi Hendrix, utilizó los versos introductorios de White rabbit para hacer varios guiños a San Sebastián, invocó el espíritu de Jim Morrison y Kurt Cobain con Soul kitchen y Smell like teen spirit, respectivamente, al tiempo que recordó que el mismo viernes se cumplían 40 años de la publicación de la obra magna de The Beatles, Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Para conmemorar la efeméride, interpretó la versión del Within you without you incluida en Twelve, y en la recta final del concierto se animó a improvisar, sin ensayos previos y echando mano de chuletas varias, su propia cover del A day in the life que Lennon y McCartney incluyeron en dicho álbum.
Para deleite del heterogéneo público reunido en el teatro, el resto del recital consistió en una generosa ración de grandes éxitos: sonaron las imprescindibles Redondo beach, Free money, Because the night, Pissing in a river y People have the power, himno que entonó, como no podía ser de otra forma, con el puño en alto.
Sin dar la espalda a su condición de poetisa, se armó con varios libros y unos anteojos perfectamente redondos y en varias ocasiones declamó versos con tal elegancia que fue fácil imaginarla compartiendo atril con ilustres de la generación beat como Allen Gingsberg o William Bourroughs.
Escoltada por una solvente banda que se manejó con eficacia tanto en los momentos más rockeros como en los más íntimos y acústicos, Patti Smith se mostró comunicativa, charló con los espectadores, lanzó varios esputos por canción y reservó para la traca final una hermosa versión del Perfect day de Lou Reed con la que quiso mostrar su agradecimiento al público donostiarra.
Y cuando parecía que el final llegaría al concluir la clásica y eléctrica Gloria –que ya le pertenece casi tanto a ella como a Van Morrison, su autor original–, la vocalista remató la faena de modo inmejorable con la explosiva Rock’n’Roll Nigger cuyo endiablado ritmo puso a prueba la nueva tarima del Victoria Eugenia, que permitió al público seguir de pie el concierto, esta vez sin sobresaltos.

La Smith
, que concluyó su actuación arrancando violentamente las seis cuerdas de su guitarra eléctrica, abandonó el escenario más libre después de protagonizar una gran catarsis de la que también participó el público. Combativa, sensual, altiva, enérgica y, sobre todo, joven a los sesenta y tantos. Así se reveló, una vez más, este claro y diáfano ejemplo de que las viejas rockeras tampoco mueren. Jamás.