28 noviembre 2007

Devendra Banhart en Gazteszena



Devendra Superstar

Fecha y lugar. 18/11/07. Gazteszena. Donostia. Intérpretes. Devendra Banhart (voz y guitarra), Noah Georgeson (guitarra), Andy Cabic (guitarra), Luckey Remington (bajo), Pete Newson (piano, telclados y congas) y Grec Rogove (batería). Incidencias. Georgeson teloneó a Banhart, que no tuvo reparos en interpretar temas que miembros de su banda, como Andy Cabic (Vetiver), han compuesto en sus grupos particulares.

El público más cool , in y chic de la ciudad abarrotaba Gazteszena, un escenario no muy dado a muchedumbres como la del pasado domingo. Y es que la ocasión lo merecía. Uno de los principales mensajeros del neo-folk yanqui, el simpar Devendra Banhart, actuaba en Donostia por primera vez. Uno de sus guitarristas, Noah Georgeson, hizo de telonero y desgranó media docena de tonadas folkies en lo que fue un delicioso y desnudo aperitivo: sólo empleó su voz, las seis cuerdas y unas gotas de percusión. Con su habitual look de Jesucristo Superstar, el líder de la secta sonora no tardó en llegar escoltado por su banda de hippies barbudos, una suerte de delegación de la familia Manson que pedía a gritos un apaño en alguna peluquería de guardia.
Presentaron Smokey Rolls Down Thunder Canyon, el último álbum del tejano criado en Venezuela, y con un agradable acierto interpretaron varios temas nuevos. Ora intimistas, ora agresivos, dieron cuenta de títulos como el saltarín So long old bean, la carioca Samba Vexillographica o la psicodélica Sea horse, que propició uno de los momentos más contundentes y eléctricos de la noche. También tiraron de hits más o menos añejos como Quedateluna o At the hop. Gracias a su bizarro spanglish, Devendra conectó con el respetable, al que no dio tregua: pidió un nuevo nombre para su grupo -alguien lo rebautizó como Pelotitas Bailarinas- y dejó actuar a dos espontáneos mientras el grupo se tomaba un respiro. El divertido guateque concluyó con el flaco y místico Devendra cantando extasiado, sin guitarra y a pecho descubierto.
Freak folk, new weird o psych folk. Las etiquetas se quedan cortas para definir la música del enésimo marciano musical que nos ha visitado estos días. Banhart exhibió su carácter de indie entre los indies y demostró que puede sonar latino, rumbero, lisérgico, popero, reggae, naif o sofisticado. En realidad, en su condición de mesías del folk del siglo XXI, puede sonar a lo que le venga en gana.







23 noviembre 2007

Concierto de Cesaria Évora en Tolosa

La morna cansada

Su voz sigue sonando fantástica y continúa transportando al oyente hacia territorios ignotos y mares lejanos. Su canto es embriagador, envolvente, dulce y amargo al mismo tiempo. A pesar de estar escritas en portugués criollo, sus letras se adivinan preciosas, tristes y alegres. Como lo son el amor, la nostalgia, la pérdida y el regreso, los temas recurrentes a los que siempre ha cantado la diva de los pies desnudos. Tiene una banda fabulosa y compacta, integrada por músicos marchosos, sutiles y delicados. Y cuenta con un público fiel que le sigue desde hace años, que cree en todo lo que hace.

Hay, eso sí, un problema: Cesaria Évora está cansada y su fatiga se hace demasiado evidente sobre el escenario. Algunos que ya habían disfrutado de su música en directo quisieron ver en su actuación del día 13 en el Leidor de Tolosa el genial concierto de una entrañable mujer que estuvo más suelta que de costumbre. Otros, que asistíamos por primera vez a un recital de Cize, contemplamos a una dama que, ciertamente, no ha perdido la capacidad de emocionar con su voz, pero que interpreta sus canciones de modo automático, como si hiciera tiempo que dejó de disfrutar de su trabajo.

Dirigió la palabra al público en contadas ocasiones y sólo parecía disfrutar cuando mantenía charlas privadas con su ágil pianista, Fernando Andrade. También osó sonreír cuando a mitad de concierto llegó la hora de apurar su cigarrillo reglamentario. Evidentemente, con una vida tan agitada como la que ha llevado, Cesaria Évora, a sus 66 años, no está para muchas fiestas. Nadie espera de ella que la oronda artista empiece a dar saltos y se mueve de un lado a otro del escenario, pero sí que interprete sus canciones con algo más de sentimiento. Resulta desalentador ver que cuando la caboverdiana no canta, mira al reloj, se observa las uñas de las manos y tiene perdida la mirada. Desconozco cómo eran los conciertos de la diva hace años, pero al de Tolosa, el primero al que he asistido, le faltó ese plus de emoción que una cantante como la africana puede y debe imprimir a sus piezas para que suenen distintas. De lo contrario, todo -mornas, coladeiras o brincadeiras- parece la prolongación de una misma letanía.

Dice Évora que su música es alegre y triste, como la vida misma. Nada que objetar. Pero no estaría de más que despojara su actuación de ese rutinario tono cansado.




21 noviembre 2007

Medeski, Martin & Wood en el Victoria Eugenia



En uno de los mensajes que colgué en el foro de fotografía Caborian alguien escribió una cita de un amigo suyo que suele decir lo siguiente: "Escribir y hacer fotos al mismo tiempo es la mejor forma de hacerlo todo como el culo". Quizá no le falte razón, y ni los textos ni las fotos que subo al blog posean la calidad que tendrían si me dedicara a una sola de las dos tareas, pero de momento pienso seguir llevando la cámara a los conciertos que tenga que cubrir informativamente. ¿Por qué? Porque el disfrute es triple: gozas con la música, gozas al sacar fotos y gozas al escibir sobre algo que te gusta.

Sin embargo, esta vez, y sin que sirva de precedente, voy a utilizar un texto ajeno para ilustrar este post sobre el concierto que Medeski, Martin & Wood ofrecieron en el Victoria Eugenia. La siguiente crítica no la firma El Humilde Fotero del Pánico, sino el periodista
ASIER LEOZ, que desde hace unas semanas se encarga de las críticas de música en el periódico Noticias de Gipuzkoa.

Mi más sincero agradecimiento, Asier, y felicidades por tus estupendos textos. Espero que este no sea el último que podemos leer en el blog.


Desmontando el ritmo

Por ASIER LEOZ


Fecha y lugar. 12/11/07. Teatro Victoria Eugenia. Donostia. Intérpretes. John Medeski (órgano y otros teclados), Billy Martin (batería y percusiones) y Chris Wood (bajo). Incidencias. 400 personas. el concierto duró dos horas y diez minutos.


Nueva visita de Medeski, Martin & Wood a Donostia, sin aguacero de por medio. El Victoria Eugenia no registró una gran entrada para presenciar al trío de jazz, pero no faltó casi nadie del espectro musical capitalino. Los asistentes, casi voyeurs en un ensayo privado, obtuvieron una sesión de jazz, funk y malabares sonoros no medible en temas -siete en dos horas largas- sino en sensaciones, en un continuo ejercicio de creación y destrucción del ritmo y del silencio empleado con sabiduría.

La batería estaba colocada de perfil para apreciar mejor las evoluciones de Billy Martin y el contrabajo en el centro. A la derecha, la jurisdicción de John Medeski, donde se amontonaban varios órganos de distinto tamaño y hasta un piano de cola. Salió el trío a escena ante un público silencioso y expectante. Sin mediar palabra, Chris Wood comenzó a extraer extrañas sonoridades de su contrabajo. El talentoso batería construía ritmos de la nada ante la mirada del profesor Medeski, parapetado en su trinchera de artilugios y teclas. El que fuera pianista niño prodigio asentía complacido mientras sus compañeros, sin dirigirse al público ni con la mirada, se restregaban en bases funk negras como el betún. Poco después, Medeski sería protagonista de una vigorosa exhibición hammond y también se adentraría, esta vez al piano, en el espesor de Farmer's reserve (1997) del que no fue fácil salir.

In Case The World Changes Its Mind , perteneciente al último trabajo que el trío ha grabado con el guitarrista John Scofield, resultó un buen campo de pruebas para que los tres jugasen a las casitas con un ritmo lento pero contagioso. Tootie ma is a big fine thing , también del disco Out louder , provocó los primeros aullidos de satisfacción. Martin incorporaba todo tipo de platos, platillos, campanitas y hasta reclamos de caza a su personal exploración rítmica, que culminó con un formidable solo. En cuanto a Wood, el más estático de los tres, alternaba contrabajo y bajo eléctrico entrando y saliendo de las composiciones con pasmosa precisión y llevando en ocasiones el timón.

El teatro se sumía en el recogimiento de una capilla gospel o en el bailoteo de un guateque setentero, según le apetecía a Medesk. En la recta final, tras un caliente intervalo de sabor antillano, el de Kentucky se soltó la melena que no tiene manipulando un artilugio eléctrico con vocación de wha wha peleón, el mismo que usa en el reciente tema What now . Retirada, inmediato regreso y contagioso funk final para dejar al público contento y tarareando los fraseos a la salida del recinto. Apenas pronunciaron veinte palabras en toda la noche, las estrictamente necesarias para presentarse y decir adiós. Sin embargo, Medeski Martin y Wood no dejaron de hablar durante más de dos horas empleando el lenguaje que mejor dominan, es decir; lo han vuelto a hacer.

13 noviembre 2007

Quimi Portet en el DOKA


Raro, raro, raro

Fecha y lugar. 11/11/07. Donostiako Kafe Antzokia (DOKA). Donostia. Intérpretes. Quimi Portet (guitarra), Antonio Fidel (bajo), Jordi Busquets (guitarra) y Xarli Oliver (batería). Incidencias. Entre 50 y 70 personas se acercaron al local antiguotarra para disfrutar con la mùsica y el humor de Quimi Portet, cuyos afilados comentarios y su euskera de barnetegi provocaron las continuas carcajadas del respetable.

Disculpen el guiño al difunto progenitor de Julio Iglesias, pero "raro" es uno de los adjetivos que mejor sirven para definir a Quimi Portet. También le van que ni pintados apelativos como extraño, bizarro, insólito, peculiar o marciano. ¿O acaso no es asombrosa la trayectoria de un tipo que junto a Manolo García saboreó las mieles del éxito, vendía millones de discos y reunía a miles de personas en los multitudinarios conciertos de El último de la fila?

Desde la disolución de aquel legendario grupo, el de Vic continúa llenando auditorios, pero con 50, 100 ó 200 personas: aunque es heredera de la mejor tradición cantautora, su música está inequívocamente alejada de la convención, gracias a sus extravagantes melodías y a unas letras estrafalarias cantadas, para más inri, en catalán. Él insiste: "Es lo que quería hacer".

Muy pocas veces actúa fuera de los Països Catalans, pero cuando le llaman, acude raudo y veloz. Como en la minigira auspiciada por su amigo Ruper Ordorika, que estos días le ha traído por primera vez a tierras vascas, donde ha presentado Matem els dimarts i els divendres . Es su sexto y último álbum en solitario, compuesto, grabado y producido por él mismo.

Primero repasó buena parte de su más reciente colección de canciones y junto a su efectiva banda las interpretó en clave rockera y eléctrica, en un tono distinto al acústico que predomina en el disco. Quienes llegaron pasado el ecuador del bolo aún pudieron disfrutar de Progresso adequadament , frase que amenaza con inscribir en su lápida el día que muera. La segunda mitad la coparon temas antiguos como La musica dels astres , Flors i violes y El meu hàmster va anar a Cuba , ése en el que se debe gritar "¡Sabadell!"

Poco importa perderse por vericuetos lingüísticos. La música es comunicación y Quimi Portet, que hizo sus pinitos en un poco de euskera aprendido en el barnetegi, lo sabe mejor que bien. Sarcástico pero humilde, charla continuamente con su público y le cuenta, por ejemplo, que Francesc Pujols fue un histórico filósofo catalán que se quejaba por tener que ganarse algo tan triste como la vida.

Lo mismo traduce entera una canción como Àfrica, 11 de la tarda -la letra en castellano dice así: "África, 11 de la tarde, una medium encuentra aparcamiento, y un pato sonríe, con su estúpida sonrisa de pato. Te quiero, tortilla"- que complace las peticiones para que la actuación finalice con la mítica La Rambla .

Basta con verle y escucharle para saber que el astro intercomarcal, como él mismo se autodenomina, ha conquistado nuevamente el éxito. Puede ser un éxito extraño, sí, pero le permite hacer lo que quiere, como quiere y con quiere.

"Si deseáis que volvamos aquí para tocar, llamadnos y vendremos", se despidió tras los bises. Que tomen nota los promotores vascos porque, a pesar del tono irónico que presidió la velada, esta vez Quimi parecía hablar en serio.


Si quieres leer una entrevista extraterrestre con Quimi Portet, haz click en los dos siguientes enlaces: Página 1, Página 2.

09 noviembre 2007

Kiko Veneno y Jabier Muguruza en el Victoria Eugenia


Cómplices y juntos,
pero no muy revueltos


Intérpretes. Jabier Muguruza (voz y acordeón), Kiko Veneno (voz y guitarra), Ángel Unzu (guitarra), Raúl Rodríguez (guitarra) Mireia Otzerinjauregi (coros). Fecha y lugar. 08/11/07. Teatro Victoria Eugenia. Donostia. Incidencias. Primero actuaron Kiko Veneno y Raúl Rodríguez, y después lo hicieron Muguruza, Unzu y Otzerinjauregi. Sólo se unieron todos juntos en el escenario para interpretar 'Irene' al final de la noche.


El Victoria Eugenia abrió el jueves sus puertas a la canción de autor. Y lo hizo, por duplicado, con una poética velada en la que Jabier Muguruza contó con un cómplice de excepción que le ayudó a presentar su noveno trabajo. Kiko Veneno insinuó al inicio que estaba allí en calidad de telonero del irundarra, aunque daba la impresión de que muchos habían acudido al teatro a ver al andaluz nacido en Girona. Del mismo modo, otros parecían atraídos sólo por el euskaldun.

Y es que, a priori, las dos propuestas no parecen tener excesivas similitudes aunque ambos sean músicos veteranos y dueños de una envidiable coherencia. También coinciden en tener la capacidad de decir mucho con poco. Al margen de esos detalles, uno toca la guitarra y canta en español mientras que el otro utiliza el acordeón y el euskera. Muguruza se maneja en un estilo sosegado, melancólico y sofisticado, mientras que Veneno es más desenfadado, irreverente e incluso surreal.

Sea como fuere, al sevillano le toco inaugurar el escenario acompañado por Raúl Rodríguez, hijo de la cantante Martirio. Ambos usaron sendas guitarras para arropar las "coplillas" que brotaron de la genuina garganta de Kiko Veneno. Doce cuerdas y una voz: una fórmula minimalista pero efectiva con la que dieron cuenta de viejos temas. Como el sudoroso El calor me mata , el himno Lobo López , el hilarante blues Yo nací , el costumbrista Me siento en la cama y el irreverente Un catalán muy fino . En Más al sur fusionó sus habituales ritmos flamencos y rumberos con resonancias moras, mientras que en Casa cuartel logró crear momentos de absoluta belleza.

Bilonguis , quizá su letra más hermosa de los últimos años, fue la única pieza rescatada de El hombre invisible , su álbum más reciente. Concluyó con una versión hispana del Respect de Aretha Franklin y con Veneno , un tema para el recuerdo.

Retiróse el dúo y tomó el relevo Muguruza, que también compareció ligero de equipaje -con su acordeón, el habilidoso Ángel Unzu a la guitarra y la dulce Mireia Otzerinjauregi a los coros-. Con una delicadeza que ya es marca de la casa, fue desgranando algunos de los diez temas de su último disco, Konplizeak , donde ha utilizado íntimas melodías para vestir poemas de autores como Joseba Sarrionandia, Xabier Lete, Iñaki Irazu, o Covadonga Da Silva. Advirtió al público de que dichas canciones tienen un cierto poso oscuro, marcado por el fallecimiento de su padre el pasado año. La muerte fue el leit motiv de Dena bukatzean o Norbere akaberari buruzko mintzaldia , aunque no tardó en llegar un canto a la esperanza escrito por Atxaga, Bizitza bizitza da . No se olvidó del reciente No quedan tantas tardes y repescó Maite zaitut ez , texto de Kirmen Uribe sobre la dificultad de expresar los sentimientos. Liskar suharra brindó el necesario toque de humor y la conocida Benino edo Benito volvió a sonar preciosa.

Uno de los momentos más emotivos llegó con Antxillesko arkupean , escrita por el propio Muguruza y dedicada, como todo su nuevo cancionero, a la memoria de su padre. Encaró la recta final del concierto con Ertz maitea y lo rubricó con los aires africanos de la mítica Mazisi Okeita Denbelek .

Kiko Veneno y Raúl Rodríguez regresaron para sumarse al recital e interpretaron al unísono una sola composición, Irene . Fue gozoso paladear la música de una extraña pareja de cómplices que aplicaron el barniz del intimismo a un ramillete de tonadas que sonaron a pop, rumba, chanson , folk, jazz y flamenco. Lástima que sólo coincidieran cinco minutos en el escenario y que estuvieran juntos pero no más revueltos.



Si quieres leer una entrevista más o menos reciente de Kiko Veneno, pincha sobre la imagen inferior.

08 noviembre 2007

Concierto de Rufus Wainwright en Donostia

 
¿Es esa Rufus?

Un show con mayúsculas. Así fue el concierto que anoche ofreció el bueno de Rufus Wainwright en el Kursaal donostiarra. Bastaba con echar un vistazo a los aledaños de los cubos de Moneo para comprobar que laactuación del niño mimado del pop-rock había suscitado un inusitado interés. Atrajo incluso a personalidades que afortunadamente suelen brillar por su ausencia en otros saraos musicales: el auditorio parecía más un pleno municipal que un patio de butacas. Es obvio que el yanqui-canadiense es el songwriter de moda. Una voz amiga anunció por megafonía que el concierto sería largo y que incluiría un descanso de quince minutos. La noche prometía. Rufus salió a escena enfundado en un traje blanco de rayas y un sinfín de broches brillantes. Dedicó la primera tanda de canciones a repasar su quinto disco, Release the stars, y no tardó en revelarse como un alegre parlanchín que salpicó de comentarios sus interpretaciones. "San Sebastián es una ciudad de homosexuales y de surfers que también son homosexuales", bromeó ante una audiencia ganada de antemano. Puede que sólo fuera un guiño, pero lo cierto es que, por un día, la comunidad hetero parecía ser minoría en el Kursaal.

Con juguetona retranca, preguntó al público si San Sebastián era España y, al no obtener respuesta, sugirió utilizar el término Iberia para no herir susceptibilidades. Sobrecogió al personal con la maravillosa Going to a town, donde confiesa su hartazgo de América. Tras él enmudecía una bandera estadounidense con barras blanquinegras y fulgurantes adornos en lugar de estrellas. Hizo entonces un hueco a éxitos añejos como Danny boy, incluido en su disco homónimo de debut, o Cigarettes & chocolate milk, conocido hit de su segundo álbum, Poses. Regresó después a su último trabajo y brilló especialmente en las dos canciones europeas del mismo, las hermosas Tiergarten y Leaving for Paris, donde su estrafalaria banda de talentosos multi-instrumentistas hicieron todo un alarde de virtuosismo y sutileza. Gabriel, un presunto espontáneo que parecía sacado de las primeras filas del desfile del día del orgullo gay, se marcó un baile en la pícara y bailonga Between my legs, que precedió al intermedio.

El descanso sirvió para aliviar vejigas, emponzoñar los pulmones e intercambiar impresiones. La voz de Wainwright es un auténtico manantial sonoro que él manipula a su antojo y que le permite tocar el cielo con sus impresionantes agudos para, inmediatamente después, descender hasta el subsuelo con unos sobrecogedores graves. Sin desdeñar sus cualidades como letrista y compositor, no cabe duda de que lo que convierte a Rufus es un autor singular, es su tesitura vocal, por mucho que ésta sea heredera de cantantes como Jeff Buckley o Thom Yorke. Todo parecía ir sobre ruedas: el artista estaba comunicativo, la banda sonaba perfecta -sobre todo la acertada sección de vientos y los coros- y el juego de luces contribuía a hacer aún más atractiva la velada. Pero algo algo empañaba lo que debía haber sido una noche redonda. Algo difícil de explicar y probablemente relacionado con la emoción y la intensidad. Afortunadamente, ya habría tiempo de solventar esos desajustes en la segunda parte.

Como toda buena diva que se precie, Rufus Wainwright cambió su vestuario y reapareció luciendo medias y traje tirolés. El regreso lo marcó otro viejo hit, The consort, que dio paso a la grandilocuente y sinfónica Do I disappoint you. Parecía claro que Rufus iba a desfacer el entuerto en el tramo final de un concierto que -ahora sí- alternó piezas íntimas cantadas con el solo acompañamiento de su piano de cola con otras de corte más épico y orquestal que lograron erizar los pelos de buena parte del personal. Desgranó piezas como Foggy day, Not ready to love o Beautiful child, y aún tuvo tiempo para chulearse interpretando, con el micrófono apagado, la tonada irlandesa Macushlah.

Cuando parecía que todo había terminado después de que los miembros del combo fueron presentados y el canto de un melancólico banjo puso fin a 14th street, Wainwright volvió una vez más, esta vez embutido en un albornoz blanco que le confería un aspecto de lo más kitsch. Cantó algún tema al piano, sin la banda, y después recibió a su santa madre, Kate McGarrigle, a la que cedió el protagonismo en el teclado. Con las pertinentes puyas incluidas, juntos convirtieron el auditorio donostiarra en una sucursal de la tierra de Oz gracias al entrañable himno Over the rainbow, que en su día el cine popularizó gracias a su amada Judy Garland. Pero la mayor sorpresa estaba por llegar. Cuando la madre dejó solo a su vástago sobre el escenario, éste tomó asiento y comenzó a adornar su cuerpo con abalorios femeninos: con unos pendientes aquí, unos anillos allá y un poquito de carmín, Rufus se convirtió en toda una mujer que al despojarse del albornoz descubrió un ceñido traje que dejaba al descubierto sus piernas. La metamorfosis del joven músico en vedette vino acompañada del regreso de los componentes de su grupo que, enlutados en traje negro, desarrollaron una excéntrica coreografía en torno a su líder, que cantaba en play back y bailaba una suerte de número de music hall de Broadway.

La comedia no había concluido aún. El canalla Wainwright se colgó la acústica y regaló a sus fans un par de piezas más, Get happy y Gay messiah. El público, puesto en pie, despidió al artista con una ovación tan larga como merecida. Quizá no fuera una noche perfecta, pero Rufus demostró ser un inmenso show man –o show girl, según se mire-. Es mucho más que un mesías gay. Es un tipo extraño que atesora una desbordante sensibilidad, capaz de construir con extrema delicadeza sus canciones más íntimas y exhibir una brutal energía en los momentos de mayor intensidad. Fueron, en suma, tres horas de generosa actuación tras las que quedó claro por qué Rufus Wainwright es uno de los artistas más particulares y prometedores del momento.