Reivindicación con palomitas
“Un libro en manos de un vecino
es como un arma cargada”
(Fahrenheit 451, Ray Bradbury)
La tendencia afortunadamente está cambiando, pero los festivales nunca fueron muy proclives a seleccionar ni premiar documentales en sus apartados competitivos. Michael Moore, en cambio, logró la Palma de Oro de Cannes con Fahrenheit 9/11 (2004), un artefacto cinematográfico preparado para ser detonado en el mismísimo hocico de George W. Bush. Sus fotogramas revelaron los supuestos vínculos económicos de la familia del presidente con los Bin Laden, criticaron el recorte de libertades tras los atentados del 11-S y denunciaron que sólo la sed de petróleo y dólares motivó las invasiones de Afganistán e Irak.
El filme adolece de los conocidos vicios del orondo documentalista. Tanto si dispara contra el culto a las armas de fuego en su país, como si arremete contra el capitalismo o el enfermo sistema sanitario estadounidense, Moore derrapa siempre con su populismo, demagogia y maniqueísmo. Basta recordar el final de la notable Bowling for Columbine (2002), en la que acorralaba al difunto Charlton Heston, entonces presidente de la Asociación Nacional del Rifle, y casi le hacía parecer culpable de la matanza del instituto. Fahrenheit 9/11 contiene desde episodios excesivamente desgarradores, como el de la madre que ha perdido a su hijo en Irak, hasta otros hilarantes, como el que muestra al cineasta invitando a los congresistas a alistar a sus vástagos en el ejército. Y todo aparece impregnado por la constante presencia ante la cámara de un director egocéntrico que otorga pleno sentido al neologismo “yocumental”.
Ello, sin embargo, no debe impedirnos apreciar que la gorra y las gafas de Michael Moore esconden una mente y una mirada tremendamente inteligentes. No puede ser tonto un señor que inicia su película con imágenes de los miembros del gabinete Bush maquillándose –ya se encargará él de hacer caer sus infames máscaras– ni es mediocre quien disecciona con tanto acierto la alelada reacción del presidente cuando le comunican que las Torres Gemelas han caído. Además, su cine maneja sabiamente los resortes de la narración, la música y el montaje, pero, sobre todo, es entretenido: no renuncia a mezclar reivindicación con palomitas.
Para los sectores más reaccionarios y conservadores de EEUU los documentales de Moore representan, pese a sus veleidades panfletarias, un arma tan peligrosa como lo eran los libros de la sociedad descrita por Ray Bradbury en su novela Fahrenheit 451. Por eso se antoja necesaria la labor de un realizador con un fin –contar verdades desconocidas por muchos de sus compatriotas– que quizá justifica los medios empleados y el trazo grueso con que dibuja sus trabajos. Ahora está por ver si se mantiene crítico con la Administración Obama o, por el contrario, contra Bush filmaba mejor.
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