(Crónica de la primera noche en la Plaza de la Trinidad: 20/7/12)
LA primera sesión doble de la
plaza de la Trinidad, protagonizada por Marc Ribot y Melody Gardot,
comenzó el viernes con el homenaje póstumo al pionero del Jazzaldia,
Pierre Lafont, fallecido recientemente. Su viuda, Francette, recibió una
placa honorífica y tras sus emocionadas palabras de agradecimiento,
saltaron a la arena Ribot y Los Cubanos Postizos para cocinar a fuego
rápido su célebre deconstrucción electrificada del son. El quinteto, que
ya visitó el Festival en 1999, se mostró divertidamente sabrosón en su
viaje musical al Caribe, muy diferente a la marcianada sonora que el
guitarrista estadounidense protagonizó hace cuatro ediciones con Ceramic
Dog.
Aquel año había programadas dos funciones y la última fue abortada por una pertinaz galerna. Por ello, eran muchos quienes ansiaban reencontrarse con un músico capaz de sacar chispas -y un sonido muy reconocible- a las seis cuerdas de su instrumento. Verle tocar la Fender Jaguar es un auténtico espectáculo, especialmente cuando se adentra en solos dislocados y digresiones guitarreras. Vestido -atención- con una camiseta del grupo Kiss, Ribot tocó temas propios como Postizo y Aquí como allá, pero prefirió centrarse en piezas del "gran compositor cubano" Arsenio Rodríguez. "Gracias allá donde estés", dijo mientras interpretaba, tarareaba e incluso bramaba contagiosas tonadas como Los Teenagers Bailan Changui, Jagüey o Dame un cachito pa'huele.
Para quienes profesan la fe de Tom Waits, al que Ribot ha prestado su guitarra durante años, la experiencia es aún más estimulante porque muchos temas recuerdan a la música del genio californiano, especialmente aquellos apuntalados por las percusiones machaconas de EJ Rodríguez y Horacio El Negro Fernández. El groove del organista Anthony Coleman y la aportación de Brad Jones al contrabajo también fueron indispensables en un concierto al que solo le faltaron 20 minutos más. Lástima que la fiesta solo durara una hora de reloj.
LA DIVA GARDOT
Melodía de seducción
El descanso fue más largo de lo habitual porque el equipo de Melody Gardot se entretuvo con la prueba de sonido y con una escenografía que convirtió el tablado en una suerte de recinto portuario con sacos, cajas de fruta y mantones de Manila. El retraso también pudo deberse a que cualquier diva que se precie ha de hacerse de rogar, aunque tras casi una hora entre un concierto y otro, la estadounidense logró impacientar a los espectadores. Algunos incluso recibieron a la nueva promesa del jazz con abucheos. Tampoco a los fotógrafos les resultó muy amigable la cantante, que puso toda clase de restricciones a su trabajo. Al parecer, las lesiones derivadas de un atropello sufrido hace años aún le impiden ver y caminar con normalidad.
Pero cualquier sombra de enojo desapareció en cuanto la Gardot, 27 primaveras, apareció en la penumbra -bastón, turbante negro, gafas oscuras, vestido rojo y chaqueta de plumas- y se arrancó a cantar a capella, con el único acompañamiento de un manojo de cascabeles y el sonido de su tacón golpeando el suelo. Era el espiritual negro No More My Lord, que sonó como un blues primitivo y arrebatador. Con la banda ya al completo fue presentando las melodías de su reciente tercer disco, The abscense (2012), y tras piropear la belleza de la plaza ("Qué lindo aquí, very cool, muchas gracias por esta noche"), pronunció un desternillante speech y se presentó como la azafata políglota de un vuelo especial a través de las diferentes músicas del mundo. "Abróchense los cinturones", advirtió antes de poner rumbo al camerino para cambiar su atuendo por un vestido negro. De su último álbum eligió, entre otros temas, Goodye, Impossible Love, Mira, So Long y Lisboa, y todos sonaron sin mácula en lo vocal y en lo musical. Ahora bien, aunque nada negativo se pueda decir de una velada artísticamente intachable, tanta perfección no se vio quizá correspondida con la necesaria e inaprensible alma.
En unas ocasiones Gardot tocó el piano y en otras, como en Baby I'm a Fool, optó por la guitarra. Su versátil grupo -en especial el pluriempleado Irwin Hall, que sopló el clarinete, la flauta y hasta dos saxos a la vez- hizo que la asombrosa voz de Melody Gardot recorriera tierras argentinas, brasileñas y portuguesas apoyada por un amplio catálogo de divinas poses. Cantó en francés Les etoiles (de su segundo disco) y al final incluso sobrevoló África con la marchosa Iemanja, canción coreada festivamente por el público. En el primer bis, antes de despedirse lanzando un sensual beso al público, hizo guiños a clásicos como Fever y Summertime. Para terminar, descendió por el camino de baldosas amarillas tras enamorar al público con una original versión del Over The Rainbow de El Mago de Oz, con Stephan Braun tocando el cello sin arco como si fuera una guitarra. Eran más de las doce y del cielo caía un inofensivo sirimiri que, por supuesto, no guardaba relación alguna con la seductora voz de Melody Gardot.
Aquel año había programadas dos funciones y la última fue abortada por una pertinaz galerna. Por ello, eran muchos quienes ansiaban reencontrarse con un músico capaz de sacar chispas -y un sonido muy reconocible- a las seis cuerdas de su instrumento. Verle tocar la Fender Jaguar es un auténtico espectáculo, especialmente cuando se adentra en solos dislocados y digresiones guitarreras. Vestido -atención- con una camiseta del grupo Kiss, Ribot tocó temas propios como Postizo y Aquí como allá, pero prefirió centrarse en piezas del "gran compositor cubano" Arsenio Rodríguez. "Gracias allá donde estés", dijo mientras interpretaba, tarareaba e incluso bramaba contagiosas tonadas como Los Teenagers Bailan Changui, Jagüey o Dame un cachito pa'huele.
Para quienes profesan la fe de Tom Waits, al que Ribot ha prestado su guitarra durante años, la experiencia es aún más estimulante porque muchos temas recuerdan a la música del genio californiano, especialmente aquellos apuntalados por las percusiones machaconas de EJ Rodríguez y Horacio El Negro Fernández. El groove del organista Anthony Coleman y la aportación de Brad Jones al contrabajo también fueron indispensables en un concierto al que solo le faltaron 20 minutos más. Lástima que la fiesta solo durara una hora de reloj.
LA DIVA GARDOT
Melodía de seducción
El descanso fue más largo de lo habitual porque el equipo de Melody Gardot se entretuvo con la prueba de sonido y con una escenografía que convirtió el tablado en una suerte de recinto portuario con sacos, cajas de fruta y mantones de Manila. El retraso también pudo deberse a que cualquier diva que se precie ha de hacerse de rogar, aunque tras casi una hora entre un concierto y otro, la estadounidense logró impacientar a los espectadores. Algunos incluso recibieron a la nueva promesa del jazz con abucheos. Tampoco a los fotógrafos les resultó muy amigable la cantante, que puso toda clase de restricciones a su trabajo. Al parecer, las lesiones derivadas de un atropello sufrido hace años aún le impiden ver y caminar con normalidad.
Pero cualquier sombra de enojo desapareció en cuanto la Gardot, 27 primaveras, apareció en la penumbra -bastón, turbante negro, gafas oscuras, vestido rojo y chaqueta de plumas- y se arrancó a cantar a capella, con el único acompañamiento de un manojo de cascabeles y el sonido de su tacón golpeando el suelo. Era el espiritual negro No More My Lord, que sonó como un blues primitivo y arrebatador. Con la banda ya al completo fue presentando las melodías de su reciente tercer disco, The abscense (2012), y tras piropear la belleza de la plaza ("Qué lindo aquí, very cool, muchas gracias por esta noche"), pronunció un desternillante speech y se presentó como la azafata políglota de un vuelo especial a través de las diferentes músicas del mundo. "Abróchense los cinturones", advirtió antes de poner rumbo al camerino para cambiar su atuendo por un vestido negro. De su último álbum eligió, entre otros temas, Goodye, Impossible Love, Mira, So Long y Lisboa, y todos sonaron sin mácula en lo vocal y en lo musical. Ahora bien, aunque nada negativo se pueda decir de una velada artísticamente intachable, tanta perfección no se vio quizá correspondida con la necesaria e inaprensible alma.
En unas ocasiones Gardot tocó el piano y en otras, como en Baby I'm a Fool, optó por la guitarra. Su versátil grupo -en especial el pluriempleado Irwin Hall, que sopló el clarinete, la flauta y hasta dos saxos a la vez- hizo que la asombrosa voz de Melody Gardot recorriera tierras argentinas, brasileñas y portuguesas apoyada por un amplio catálogo de divinas poses. Cantó en francés Les etoiles (de su segundo disco) y al final incluso sobrevoló África con la marchosa Iemanja, canción coreada festivamente por el público. En el primer bis, antes de despedirse lanzando un sensual beso al público, hizo guiños a clásicos como Fever y Summertime. Para terminar, descendió por el camino de baldosas amarillas tras enamorar al público con una original versión del Over The Rainbow de El Mago de Oz, con Stephan Braun tocando el cello sin arco como si fuera una guitarra. Eran más de las doce y del cielo caía un inofensivo sirimiri que, por supuesto, no guardaba relación alguna con la seductora voz de Melody Gardot.
Publicado en Noticias de Gipuzkoa.
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