Fecha. Viernes, 2 de marzo de 2007. Lugar. Velódromo de Anoeta. Intérpretes. Fito & Fitipldis: Fito Cabrales (guitarra y voz), Carlos Raya (guitarra), Candy Caramelo (bajo), Javi Alzola (saxo y coros), Joserra Senperena (teclados y acordeón) y José Bruno El Niño (batería). Teloneros. Zodiacs. Incidencias. Al velódromo le faltaron varios cientos de personas para registrar un lleno total y la acústica pudo ser mejor.
El esquema del bolo que Fito & Fitipaldis ofrecieron en el velódromo fue calcado al del resto de conciertos que la banda ha ofrecido desde que en noviembre se echaron a la carretera con su gira Por la boca vive el pez, título de su cuarto y último disco de estudio, editado en
Inmediatamente llegaron Viene y va y Por la boca vive el pez, con las que el bilbaíno, tocado con su característica gorra inglesa, camiseta negra y botas camperas, dejó claro que puede pero no quiere vivir de rentas. Después alternó estos éxitos más recientes con otros temas como Whisky barato, que fueron coreados por un heterogéneo público de toda edad y condición que se mostró totalmente entregado desde los primeros compases.
Después llegarían las recientes Sobra la luz, Me equivocaría otra vez y Como pollo sin cabeza, antes de sacudir el recinto con la declaración de principios Quiero ser una estrella. Tras la tempestad llegó la calma con Cerca de las vías, viejo hit de Los sueños locos (2001) que emplearon para cerrar la primera parte del concierto con un comercial “Volvemos en dos minutos” impreso en las dos grandes pantallas ubicadas a ambos lados del escenario.
Cumplieron su palabra y regresaron en breve. Y lo hicieron a ritmo de sevillanas y con un formato más íntimo donde, sentados y más formales, desgranaron un ramillete de canciones al más puro estilo unplugged, cediendo parte del protagonismo a las guitarras acústicas y al acordeón del también teclista Semperena. Empezaron con el clásico Rojitas las orejas, incluido en el debut del grupo, A puerta cerrada (1998), y cerraron este particular concierto dentro del concierto con una revisión del Callejón sin salida de Barricada interpretado a ritmo de rumba.
Retornaron por sus fueros eléctricos con otra versión, el Deltoya de Extremoduro, y prosiguieron con otras piezas como A la luna se le ve el ombligo, el hit La casa por el tejado o el himno Soldadito marinero, con cuyo estribillo (“Después de un invierno malo / una mala primavera / dime porque estás buscando / una lagrima en la arena”) el público y los Fitipaldis mostraron una comunión total hasta que la banda, sabiamente, convirtió la balada original en una canción pasada de revoluciones.
Aún había tiempo para varios bises. En el primero Fito apareció guitarra acústica en mano y acompañado únicamente por Carlos Raya a la slide guitar en la preciosista Abrazado a la tristeza, que Cabrales dedicó a su ex compañero de filas en Platero y Tú, Iñaki Antón, Uoho. Lo mejor de la velada tuvo lugar precisamente en la recta final de la actuación, en la que el combo se manejó con mayor libertad de movimientos, sin estar tan atento al guión prefijado de una gira en la que, a ratos, las cosas parecen demasiado mecánicas. El público vibró con el soplador Javi Alzola –único fitipaldi de la formación original–, un músico en estado de gracia que elevó la temperatura del velódromo con los solos de saxo crepuscular de Medalla de cartón y Acabo de llegar.
Y cuando parecía que, tras dos horas de concierto, la cosa estaba finiquitada, Fito y su banda reaparecieron nuevamente en el escenario, brindaron con un chupito de whiksy y siguieron rockanroleando unos minutos más, con guiño al Every breath you take de The Police incluido, hasta finalizar –ahora sí – con Donde todo empieza. Arrancó suavemente y fue in crescendo para concluir con una apoteosis sonora en la que la banda, con todos los instrumentos sonando al unísono, parecía una apisonadora musical perfectamente engrasada.
Los quinceañeros, las señoras talluditas, los heavies, las pijas y los modernos con gorras británicas caladas hasta las orejas… Todos sucumbieron al arte del chaparro bilbaíno, que parece haber hallado la piedra filosofal. Porque en el Estado se pueden contar con los dedos de una mano –y aún sobran apéndices– el número de grupos que facturan rock and roll y son capaces de reventar auditorios de gran aforo. Lo curioso es que el secreto del éxito de Fito & Fitipaldis radica en algo que parece tan sencillo como rescatar los ritmos más clásicos –rock, blues, pop, rhythm & blues, rockabilly– y ponerlos al servicio de la poesía que destilan unas letras tan trabajadas como ingeniosas.
Ahora bien. Al directo quizá le faltó punch y espontaneidad. Es difícil no caer en la tentación de la repetición cuando se ofrecen más de doce conciertos al mes, pero un fan que vio el concierto del viernes en Donostia debería poder disfrutar de un espectáculo diferente el próximo sábado en Salamanca. Es un problema recurrente que aflora siempre que una fórmula tiene éxito, y el rock and roll, como todas las artes, ha de hacer lo posible por tratar de no caer en las garras del funcionariado.
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