07 diciembre 2009

Concierto de Joaquín Sabina en el Kursaal

Marchando una de vinagre y rosas

Fecha y lugar.
04/12/09. Auditorio del Kursaal. Donostia. Intérpretes. Joaquín Sabina (voz y guitarra), Pancho Varona (guitarra), Antonio García de Diego (teclados, guitarra, armónica), Pedro Barceló (batería), Jaime Asúa (guitarra), Josemi Sagaste (flauta, saxo, clarinete, acordeón), Mara Barros (coros). Incidencias. Aforo totalmente completo.


PASAN
los años y huir de los lugares comunes cuando se escribe la crónica de un concierto de Joaquín Sabina se antoja una empresa cada vez más difícil. ¿Cómo esquivar expresiones del tipo "flaco de Úbeda", "voz rota" o "juglar de prostíbulo"? ¿Es posible no contaminar el texto con palabras como "calavera", "bombín" o "canalla" que, por cierto, rima con "cazalla"? Posiblemente no, pero estas líneas pretenden ser un temerario intento de aportar otra visión -menos triunfalista, quizá- de la actuación del viernes en Donostia. A la hora de elegir un titular, se desacartó el obvió Una de cal y otra de arena y se optó por algo no más original pero sí más oportuno: introducir los dos ingredientes que forman la última ronda a la que nos ha invitado Sabina: Vinagre y rosas.

1. Vinagre. Lo confesó en el ecuador de la función: "Soy un hombre feliz, una situación fantástica para vivir pero repugnante para escribir canciones". Por eso -"y porque las musas generalmente están follando con Serrat"-, acudió al entonces atribulado escritor Benjamín Prado, que le ayudó a parir las letras de Vinagre y rosas. Decorado como una azotea -pongamos que fuese de Madrid-, el Kursaal acogió la presentación de siete de esas nuevas composiciones que, contrapuestas a las clásicas, confirmaron una avinagrada certeza: Sabina continúa sin superar la grandeza de 19 días y 500 noches (1999), posiblemente su mejor trabajo.

Temas de reciente hornada como Tiramisú de limón, Luces de Bohemia o Viudita de Clicquot carecen de la fuerza que tienen otros antiguos como ¿Quién me ha robado el mes de abril? o Así estoy yo sin ti, por citar sólo dos que esta vez no sonaron en San Sebastián. Además, la música, y en especial su vena más rockera, parece haber pasado a un segundo plano en beneficio del texto. Sin embargo, se da la paradoja de que cuanto más se vuelca con la literatura, menos redondos parecen los textos del jiennense, que jamás necesitó rodearse de ninguna vaca sagrada de las letras españolas para ser un auténtico poeta.

2. Y rosas. De todas formas, no parece lógico ni deseable pedir que Sabina vuelva al infierno para maltratarse el organismo y alumbrar nuevas historias de dolor y desengaño. Y sería injusto no reconocer que si sus últimos discos no alcanzan el nivel de obras como El hombre del traje gris (1988) o Física y química (1992) es porque el listón está demasiado alto. ¿O no es cierto que su canción más floja podría ser la mejor de muchos otros compositores?

Por ello, conviene deleitarse en la fragancia de las flores musicales que el artista repartió en la capital guipuzcoana. Destacaron la reinterpretación de la siempre hermosa Calle melancolía, que contó con unos acertados arreglos de guitarra a cargo de Antonio García de Diego, y la descarga eléctrica de Princesa, que aplacó la sed de rock and roll de muchos de los asistentes.

Porque fue más bien un concierto tranquilo, hilvanado con medios tiempos y piezas lentas como Peor para el sol, Por el Boulevard de los sueños rotos, La Magdalena y Cerrado por derribo, entre otras, Dos veces -una después de interpretar Llueve sobre mojado, himno de su íntimo enemigo Fito Paez- abandonó el escenario y dejó Joaquín la batuta en manos de esa banda que, bajo la dirección de Panchito Varona y con la voz de Mara Barros, tanto empeño pone en abrigar sus temas.

Hubo fin de fiesta mariachi con el medley que fusionó Noches de boda con Y nos dieron las diez, y después de Contigo se despidieron a bombo y platillo con Pastillas para no soñar, evidenciando que, en directo, Sabina es aún capaz de ofrecer grandes cosas a sus cincuenta y diez abriles. Él mismo lo dijo en el Kursaal, auditorio al que prometió volver: "Pisar el escenario es un sacramento y, como dicen los filósofos, el movimiento se demuestra cantando".

6 comentarios:

el jukebox dijo...

Firmo al pie de tu escrito. En cuanto a las fotos, si yo fuese Sabina te las pedía.

El Humilde Fotero del Pánico dijo...

Merci, Jukebox!!!

zerouno dijo...

joder, me resulta patético, a los conciertos, como a los mitines va la gente a la que les gusta lo que van a ver,(aqui encima pagan) y les resultara dificil reconocerse timados por su admirado.Alguna de sus me parece buena, pero ese rodearse de poetas poetas de prestigio, más ético, que estético, canta a complejo.No quiero ser cabrón, pero ser hijo de policía quizás tenga algo que ver. no me tomen demasiado en serio no he dormido y he bebido. Bueno me arrepentiré y lo borraré

El Humilde Fotero del Pánico dijo...

Jajajaaj...
Me encanta lo de "ser hijo de policía".
No sé, a mí me provoca hasta cierta ternura. Incluso él reconoció en el escenario -y lo ha hecho en varias entrevistas- que quiere o no puede. Por eso ahora se rodea de poetas, él que nunca necesitó hacerlo porque era uno de ellos...
En fin, quién sabe si algún día levantará el vuelo... Porque hay algún tema en el último 'Vinagre y rosas' que es incluso sonrojante: a botepronto me acuerdo de uno cuyo estribillo dice "a,e,i,o,u", y de otro dedicado a Praga que... Buff... Duele oírlos...
Sobre lo que dices de los fans, pues sí. Van predispuestos a que les guste y les gusta, con el agravante de que aquí pagan -en el concierto de Sabina además una pasta, entre 50 y 60 euros- y quizán por ello se resistan a reconocer que lo que han visto no es tan grande como quieren creer.

Romano dijo...

Muy buenas fotos,excelentes,,,a enviarselas a Sabina,,,les gustara,,,
te tomo un par para subir info de Mara Barros con tu permiso,,,

Abrazos desde Buenos Aires,,,

El Humilde Fotero del Pánico dijo...

No problem.
Gracias, Romano...