Cuando haces txox ya no hay stop
SEPAN una cosa: cuando el próximo miércoles el televisivo Julian Iantzi vaya a Petritegi y diga aquello de "Gure sagardo berria!" no será la primera persona en catar el nuevo caldo guipuzcoano. El pasado sábado, el conocido establecimiento de Astigarraga albergó la inauguración oficiosa de la temporada sidrera en clave de rock and txotx, y varias decenas de personas probaron en exclusiva la sidra y la música escanciada por los estadounidenses The Pains of Being Pure at Heart.
¿Y qué hacía el quinteto de Brooklyn en un lugar a priori tan insólito? En la víspera habían actuado entre los muros de titanio del Guggenheim de Bilbao, donde ya han tocado varios grupos anteriormente. ¿Pero una banda indie en una sidrería? ¿Quién o quiénes eran los responsables de una idea tan excéntrica? La respuesta venía serigrafiada en el vaso que los asistentes recibían al entrar en el local: "Homeless Music Festival, club de conciertos en especiales en sitios no habituales".
Tras su paso por el parque de atracciones de Igeldo y el Aquarium donostiarra, la tercera entrega de esta cita ineludible tuvo lugar entre kupelas. Con una logística digna de elogio, la organización avitualló a la concurrencia a base de pintxos de chorizo y de tortilla de bacalao, jamón y frutos secos. La sidra brotaba fugaz de las barricas y una de ellas lucía una señal que advertía de la prohibición de tocar la trikitixa y el pandero. Sin embargo, no había ninguna indicación que vetara el uso de guitarras y bajos eléctricos, teclados y baterías, por lo que los Pains se pusieron manos a la obra. Y cuando hicieron pop/txotx, ya no hubo stop.
Era su tercer concierto guipuzcoano en año y medio y, una vez más, sus pegadizas melodías engatusaron a una audiencia embriagada por algo más que por la sidra. Kip Berman a la guitarra y la melenuda Peggy a los teclados lideraron una entusiasta actuación que fue seguida de cerca por astros como Miguel Indurain, Ainhoa Arteta o Martín Fiz. No estuvieron en carne y hueso, pero sí en las fotografías que al fondo del escenario recordaban que un día fueron ellos quienes abrieron la espita sidrera.
La acústica resultó muchísimo mejor de lo esperado y el espacio habilitado para el público cobró el aspecto de entrañable y caluroso garito musical con solera. Sobre la pista de baldosas, las gentes danzantes coreaban las canciones del grupo y bailaban al ritmo de un pop fermentado a base de ruido y melodía. Al término del bolo, Kip y el bajista Alex Naidus vendieron y firmaron discos e incluso dejaron su impronta en la camiseta de algún fan.
Mientras los espectadores apuraban sus vasos y aguardaban la partida de los autobuses que les devolvieron a la capi, unas empleadas de Petritegi servían queso y membrillo mientras otras se sacaban fotos encima del escenario. Al parecer, los sidreros ofrecieron a los Pains una visita guiada por el local para explicarles las bondades de una bebida que, por una noche, robó protagonismo a su amado kalimotxo. "Thank you for the neverending cider!", repetían, felices y atónitos al ver que la sidra manaba sin fin de las enormes kupelas de madera.
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