20 febrero 2012

Concierto de Lisabö y Joseba Irazoki en Gazteszena


Riesgo, visceralidad y catarsis

Fecha y lugar.
16/02/12. Sala Gazteszena. Donostia. LISABÖ. Karlos (voz y guitarra), Javi (voz y guitarra), Eneko (batería), Iván (batería), Xabi (bajo). Joseba Ponce (bajo y guitarra) acompañó al grupo al final del concierto. JOSEBA IRAZOKI. El beratarra usó guitarra, bombo, platillo, txistu, maraca, etc. Al final, Félix Buff tocó la batería con él. Aforo. Prácticamente lleno.

TRES
baterías y un bombo sobre el escenario hacían presagiar que la noche del jueves sería movidita en Gazteszena. El telonero Joseba Irazoki, uno de los músicos más creativos y audaces del momento, actuó en clave de hombre-orquesta. Vestido de riguroso rojo -"Me han dicho que parezco Jack White", dijo- y pertrechado de sus pedales de loops y efectos, sorprendió con una insólita mezcla de guitarra y txistu, cantó a bombo y platillo, agitó una maraca artesanal y frotó un viejo walkman encendido contra las seis cuerdas. Si el último concierto que el beratarra ofreció en Altxerri tuvo un carácter acústico y más reposado, este fue decididamente eléctrico y convulso: Irazoki evisceró blues y rock de ultratumba, con canciones que a veces remitían al Tom Waits más descarnado. Al final de su breve función invitó a Felix Buff (batería del grupo Willis Drummond y colaborador habitual) a presentar dos temas de su esperado siguiente disco. Todo bastante experimental, muy insólito y tremendamente divertido. Necesario al fin y al cabo.

Tras el descanso, solo quedaron sobre las tablas dos baterías, dos guitarras y un bajo. Eran los instrumentos del grupo que desde la reciente publicación de Animalia lotsatuen putzua (Bidehuts, 2011) no ha cesado de cosechar elogios y acaparar portadas de publicaciones especializadas. Con semblante concentrado y en medio de una creciente expectación, los cinco miembros de Lisabö ocuparon sus puestos colocados en forma de U invertida. El primer golpe cuádruple de baquetas en Oroimenik gabeko filma cayó como un mazazo sobre la audiencia y no fue sino una violenta declaración de intenciones de lo que estaba por llegar: casi hora y media de concierto intenso, desgarrador y catártico.

La luz -abundante, blanca e inmóvil durante toda la sesión- contrastaba con la oscuridad de una música que, según confiesan sus autores, les sirve para vaciarse en cada actuación. Algo parecido puede sucederle al público que acepte entrar en el juego de una apuesta arriesgada, contundente y enérgica, que tiene poco de melódica y mucho de grito visceral: en definitiva, que va más dirigida a las entrañas que al cerebro. Por eso, tal vez no importe tanto que el fragor del directo impida apreciar del todo bien las letras de Martxel Mariskal, cuya voz pregrabada sonó al inicio de Ez zaitut somatu iristen.

Lo importante es dejarse llevar por la experiencia, contemplar cómo Karlos y Javi se desgañitan y contorsionan en cada acorde de guitarra; admirar el espectáculo de batería sincronizada de Eneko e Iván y comprobar que el bajo de Xabi se acopla perfectamente al sonido del combo. Sin embargo, un viaje sonoro de esa densidad puede no ser fácil ni cómodo y, cuando menos, obliga a respirar hondo en las escasas pausas entre tema y tema. Después de los bises, en los que sonó la versión del Gure hitzak de Laboa y tocó como invitado Joseba Ponce (Dut, Kuraia), algunos espectadores confesaban no haber logrado introducirse en esa centrifugadora de emociones. Es perfectamente entendible porque de un concierto de Lisabö no se sale con el mismo ánimo con el que se entra. Para bien o para mal, algo se remueve en tu interior, y eso no pueden conseguirlo muchas bandas en miles de kilómetros a la redonda...

Publicado en el periódico Noticias de Gipuzkoa.



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