Por RUTH PÉREZ
EN Dos en la carretera, Audrey Hepburn preguntaba a Albert Finney:
-¿Qué clase de personas son las que se pasan horas sin tener nada que decirse?
Y su futuro marido le respondía:
-Los matrimonios.
En 1967, el Zinemaldia concedió la Concha de Oro a la película de Stanley Donen, que evalúa el paso (y el peso) del tiempo en una relación de pareja. Un año antes, en el 66, Elliott Murphy debutaba con su primera banda en Nueva York. (Y Bob Dylan lo hacía por primera vez en París, donde era abucheado en el Olympia). En su hermoso concierto en Donostia el exquisito songwriter estadounidense, parisino de adopción, confesó que lleva 16 años con Olivier Durand, con quien desayuna "más" a menudo que con su mujer. Desconocemos el estado de su matrimonio, pero su vínculo con el guitarrista francés parece el de dos viejos bailarines con un compás propio (en algunos momentos de la velada, literalmente).
Exhibieron su complicidad en un escenario casi minimalista, cuya desnudez se antojaba propicia para enmarcar sus canciones sin artificio, honestamente sofisticadas. Los temas de Murphy, prolífico poeta con voz de texturas prodigiosas, pertenecen a esa clase de música que atrapa por sorpresa en un bar e impele a preguntar quién es, o que sirve para ilustrar una escapada largamente esperada. Como las deliciosas Take the devil out of me, You're never know what you're in for o You don't have to be more than yourself, en el que ambos se permitieron una coreografía sincronizada, hubo timidísimos coros del público -el entusiasta de la séptima fila salvó la honra del respetable- y la consecuente ironía de Murphy sobre las "salvajes" noches de los martes en Donostia.
Además de lucirse con sus punteos amplificados y soportar con estoicidad las bromas de Murphy sobre su sustitución de Springsteen -en Everything I do- y el parecido -en lo malo- entre su ciudad natal, Le Havre, y Nueva Jersey, Durand disfrutó de lapsus protagonistas como en el arenoso rhythm&blues Take your love away. El músico neoyorquino presentaba Elliot Murphy -"¿Por qué un disco con mi nombre tras 36 años de carrera? ¡Para que no se me olvide el título!"- pero regaló Then you start crying, un avance de su próximo álbum, el número 30 de su carrera. La doliente Diamonds by the yard cerró un recital de casi hora y media, con un formidable epílogo de veinte minutos. La falta de artificiosidad tocó techo en los bises sin micrófono, que contenían guiños a Dylan (Blind Willie McTell) y a Neil Young (Rockin' in the free world), y la imprescindible Green River. Y por primera vez sin que tuvieran que reclamárselo desde el escenario, el público del martes por la noche se puso en pie.
Ayer repetían en Madrid y el domingo les espera Tudela, destino pronunciado por Murphy con un acento tan encantador que habría convencido a Hepburn y Finney para hacer una parada en su periplo. Un viaje quizás en silencio, pero con banda sonora compartida.
1 comentario:
Las aguas cristalinas no están en los grandes rios. Tengo ganas de ver su concierto, gracias por tus comentarios.
Publicar un comentario