Dentro de tres años Els Joglars cumplirá medio siglo -que se dice pronto- sobre los escenarios. Tal vez por ello parece que llevan toda la vida metiendo el dedo en el ojo a esa masa informe llamada sociedad. En su reciente paso por Donostia, los juglares de Albert Boadella han presentado La cena , una pieza teatral que definen como "cuento medioambiental" porque "detrás del medio ambiente hay mucho cuento".
Ése es, precisamente, el leit motiv de un espectáculo teatral que pone en solfa la actitud farisaica de gobernantes y agoreros que han transformado la cuestión medioambiental en un boyante negocio; un ejemplo palmario de ello podría ser Al Gore, empeñado ahora en predicar por el mundo aquello que pudo -y no quiso- poner en práctica cuando era vicepresidente de Estados Unidos con Bill Clinton.
En ese sentido, hay múltiples referencias al Tartufo de Molière en el divertido e inteligente texto de Boadella, cuya mala baba salpica también a otros sectores como la judicatura o la gastronomía de vanguardia.
Els Joglars pretende desenmascarar a esos impostores -tartufos de nuestro siglo- que han convertido el cambio climático en un asunto cuasi-religioso que muchas veces implica desvestir un santo para vestir a otro.
Pero también denuncia y ridiculiza la actitud de aquellos ciudadanos que se tragan las consignas de ciertos gurús iluminados como si fueran dogmas de fe. "Es más fácil creer que pensar", dice uno de los personajes de la obra. Y vaya si lo es.
En el reparto brilla, por encima de todo, la composición que Ramón Fontserè hace del iluminado maestro Rada, una suerte de chef mesiánico que practica la alta cocina respetuosa con el medio ambiente.
Sería injusto obviar la labor del resto del elenco, desde Pilar Sáenz como ministra (socialista, para más señas) de Medio Ambiente hasta los crédulos cocineros interpretados por Jesús Angelet, Xavier Boada, Jordi Costa y Minnie Marx, pasando por el juez al que encarna Xavi Sais.
La puesta en escena, construida a base de flash backs y de interludios simbólicos funciona a la perfección, la escenografía es tan sencilla como efectiva y la música, con Vivaldi y Ravel como protagonistas, da lugar a cómicas coreografías por parte de los personajes.
En contra del superávit de espectáculos teatrales rayanos en lo chabacano, las sesiones de monólogos o las revisiones de clásicos barnizados con trasnochada modernidad, La cena se revela como una sátira fresca, sardónica e imaginativa que proporciona un gran disfrute al espectador.
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