Metamorfosis constante
PARA muchos artistas de éxito el tiempo suele convertirse en un cómodo lecho sobre el que descansar con una apuesta que funciona, segura e inmutable. Otros, en cambio, prefieren arriesgar e invertir los años en experimentar y buscar nuevas (y polvorientas) sendas sonoras. Es el caso de Yann Tiersen, que el miércoles actuó en el Victoria Eugenia un lustro después de su anterior visita a Gazteszena. Dos actuaciones en cinco años que sirven para tratar de describir la transformación que ha sufrido la música del galo.
Tiersen ha ido dejando de lado los hermosos arreglos de antaño para escorarse hacia el rock progresivo e intenso que unas veces recuerda a Pink Floyd en sus desarrollos vocales y otras a My Bloody Valentine por los muros de sonido. En su concierto de 2006 ya dio pistas sobre su querencia por las guitarras crudas y saturadas, pero ahora emplea un tono más grandilocuente, sin demasiado espacio para los ricos matices que siempre definieron su música. Pese a su condición de multi-instrumentista, tocó casi en exclusiva la guitarra y se prodigó poco con ese violín que antes machacaba hasta destrozar el arco. Usó la mandolina eléctrica pero no se acercó a los teclados, al acordeón ni al piano de juguete. A cambio, otorgó más importancia a samplers y programaciones que a veces recordaban a los ritmos electrónicos de Animal Collective.
El conjunto supo a poco -duró una hora y cuarto escasa, casi tanto como la actuación de la fiera telonera Shannon Wright- y sonó bastante oscuro, quizá porque el show lo presidió su último álbum, Dust Lane, influenciado por la muerte de su madre y de un amigo íntimo. Aunque hubo pasajes memorables -la canción de los alaridos, el siempre acongojante solo de violín de Sur Le Fil y un country cenagoso, entre otros-, Tiersen y su banda generaron dos tipos de frustración. Por un lado, la de los incautos desinformados que aún esperan escuchar las melodías de Amélie y Good Bye Lenin -bandas sonoras que, por cierto, las radios no dejaron de pinchar en los días previos-; por otro, la de quienes preferimos la vía intermedia entre sus antiguos trabajos repletos de bellas orquestaciones y su actual estilo que, aun siendo interesante, resulta más estridente y monótono. Todo apunta a que un eventual retorno de Tiersen a la ciudad -¿dentro de otros cinco años?- nos pondría frente a un músico diferente, reinventado y en constante metamorfosis.
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