Sunday funny sunday
Howe Gelb –dicho con todos los respetos– no es un tipo normal. Su concepción del arte descansa sobre los pilares de la libertad más absoluta. Una semana puede grabar un disco con una banda sueca que factura “música molecular” (sic) y la siguiente viajar a tierras andaluzas para registrar un álbum con Fernando Vacas y un grupo de músicos gitanos. El de Tucson (Arizona) también es capaz, como se pudo comprobar en la última edición del Jazzaldia donostiarra, de adaptar su particular estilo folk rock a la plasticidad de las voces de un coro de gospel. Asombrosamente, el sureño sale airoso de todos sus proyectos. Pero además también puede sorprender al público con un espectáculo de formato reducidísimo y hacer valer la famosa máxima de “menos es más”.
El minúsculo pero abarrotado escenario del Gazteleku de Zarautz abrió sus puertas el domingo para recibir, primero al trío de Gernika Young Talent Show, y después a Howe Gelb, que llegó acompañado únicamente por una anciana guitarra acústica, un teclado eléctrico y su suntuosa voz. Con su eterno rostro de enfant terrible perfectamente rasurado y tocado con el mismo sombrero que utilizó en el Festival de Jazz, apareció envuelto en tinieblas y pidió que se encendieran todas las luces para que la estancia pareciera un sueño “y no una pesadilla”.
Y se enfrascó en un concierto híbrido que, en función de quien lo juzgue, pudo ser una actuación musical salpicada de comentarios jocosos, irónicos y divertidos, o un monólogo humorístico que alternó un ramillete de hermosas canciones. Poco o nada importó a los espectadores reconocer los temas que fue desgranando ante un público con el que logró establecer una perfecta comunicación, íntima y personal.
Juguetón y locuaz hasta la náusea, empleó un cuarto de hora en cambiar una cuerda de la guitarra porque se entretuvo divagando sobre las cuestiones más peregrinas. Pero cumplió su promesa de interpretar piezas de ayer, de hoy y de mañana, ésas que aún ni siquiera ha escrito. Fue el caso de un tema que, según confesó, alumbró hace unos días en Córdoba y cuyo estribillo, para sorpresa del público, rezaba: “Pimientos de padrón / Unos pican y otros no” (en español en el original).
Se sirvió de tres micrófonos distintos que conferían a su voz diversas sonoridades y en alguna ocasión, sin dejar de tocar la guitarra, hizo chocar su mástil contra las teclas del piano. En varias canciones alternó ambos instrumentos y también empleó una excéntrica colección de pedales y un bizarro artilugio que, acoplado a su guitarra, hacía que las seis cuerdas sonaran como una orquesta. “¿Queréis que toque una ópera?”, preguntó al respetable. En sus composiciones, además, fueron apareciendo referencias más o menos expresas a Frank Sinatra, Mark Lanegan, Velvet Underground o Tom Waits, a quien imitó en una intro de piano de lo más circense.
Pero el momento más pintoresco de la velada estaba aún por llegar. Finalizado el concierto, antes de correr a aplacar su sed en los “numerosos bares que inundan Zarautz”, Gelb reapareció e invitó a subir al escenario a un espectador de excepción. “¿No quieres tocar? ¡Ruper, te necesito”, exclamó, una vez más, en la lengua de Cervantes. Dicho y hecho: de Tucson a Oñati pasando por Zarautz. Ordorika tomó prestada la guitarra de Howe mientras éste se sentaba al teclado. Interpretaron al alimón los compases de
Fas fatum, la letra de Bernardo Atxaga que el cantautor guipuzcoano convirtió en himno en su primer disco,
Hautsi da anphora (1980). Ruper cantó, se atrevió con los tres micros e intercambió talento y miradas cómplices con el estadounidense, prueba irrefutable de la admiración mutua que ambos músicos se profesan.
Por arte de birlibirloque, Gelb tomó el relevo vocal e hizo que los versos en euskera de
Fas fatum se metamorfosearan en una versión del
I’m Waiting For The Man de The Velvet Underground. Y la última pieza de la noche,
Ring of Fire de Johnny Cash, desembocó en los coros de
Hey Jude. Bajó del escenario y abandonó la sala sin dejar de tocar y entonar la célebre melodía final de The Beatles. Hacía ya tiempo que el público, incapaz de quitarse la sonrisa de la cara, habitaba en el bolsillo del yanqui risueño.
El de la semana pasada fue, en definitiva, un domingo divertido: Sunday funny Sunday!