06 febrero 2007

A dos metros bajo tierra (2001-2005)


The End

Escribo estas líneas en estado de shock, tres palabras muy utilizadas en la serie A dos metros bajo tierra, porque acabo de ver en DVD el último capítulo de la quinta temporada con la que ha finalizado este impresionante producto televisivo que está a la altura de muchas de mis películas favoritas de todos los tiempos. Quizá parezca una frivolidad o un exceso mostrarse afectado por algo así, pero me invade un sentimiento parejo a la orfandad al ser consciente de que ha terminado algo que tan buenos ratos me ha proporcionado en los últimos años. Existen pocos refugios tan confortables como la ficción, y no es extraño sentir cierto malestar cuando una trama ficticia en la que te encontrabas cómodo toca a su fin y llega el momento de zambullirte en una nueva.
Un gran amigo, también muy aficionado a la familia Fisher, dice no entender muy bien por qué ha tenido tanto éxito en Estados Unidos una serie que habla de un modo tan explícito de la muerte, de la homosexualidad y de la familia. Será porque los yanquis, tan pacatos ellos para casi todo, suelen ser los mejores cuando se ponen autocríticos y abordan los grandes temas de la vida.
Sin duda, lo de A dos metros bajo tierra es insólito. No sólo toca la MUERTE (con mayúsculas), la homosexualidad y la familia. También aborda cuestiones tan sesudas como la amistad, la soledad, el sexo, el arte, la locura o la enfermedad. Y lo hace con un tono oscuro y enrarecido, pocas veces amable. El espectador - a mí me ha ocurrido- sufre junto a los personajes y llora con ellos. Porque es una serie en la que, ante todo, se sufre. Y mucho. Demasiado incluso.
He pasado tantas horas con esos personajes de ficción que los conozco mejor que a muchos de mis familiares. Algunos, incluso, me despiertan más simpatía que ciertos parientes reales que espero no lean estas líneas...
Al morir, quisiera que me llevaran a la funeraria Fisher & Hijos (ahora Fisher & Díaz), dejarme embalsamar por las hábiles manos de Federico y que Nate y David atendieran a mis familiares, a quienes recibirían con un sincero "Lamento mucho su pérdida". Luego llegaría el velatorio, casi siempre rocambolesco, con Claire, escondida tras las cortinas, sacando fotos para presentarlas en clase de arte. En un rincón, Ruth estaría, sin duda, llorando por algún motivo...
Ocurre a menudo en esta serie plagada de fantasmas y de muertos que se aparecen a los personajes en los momentos de zozobra. Y a mí también me gustaría que el día de mi funeral -"el servicio", lo llaman ellos- mi cadáver, depositado en un lujoso ataúd de caoba, se levantara de repente para implorar a los Fisher y a los inolvidables personajes que les rodean: "¡Volved! ¡No os vayáis aún!"

PD: Me piden que aclare el porqué de la foto de arriba. Al lado del pack de la quinta temporada de A dos metros bajo tierra descansa, a punto de morir, una botella de vino cuya marca omitiré para no hacer publicidad. La descorché para disfrutar del último episodio de la serie y despedirme así de los Fisher. La última vez que hice algo parecido -beber buen caldo en la soledad del salón- fue el día que entró en casa el último disco (triple) de Tom Waits, Orphans, sobre el que se ha hablado ampliamente en este blog.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Has resumido perfectamente lo que siente todo espectador entregado a la serie. Tiene razón tu amigo. La serie tiene todos los ingredientes para ser el producto más anticomercial que he visto en televisión. La muerte, el dolor, una pareja homosexual y además interracial, la locura, el lado más oscuro de la familia...
Esas atmósferas densas, la tensión latente (y a veces no tan latente) que preside cada capítulo, convierte esta serie en un espectáculo hiptónico y a la vez muy humano. Creo que, a lo lago de las cinco temporadas, ha habido siempre algún momento en el que sientes la necesidad de "adoptar" a cada uno de estos desamparados, sufrientes y humanos personajes

moda hip hop dijo...

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