Su voz sigue sonando fantástica y continúa transportando al oyente hacia territorios ignotos y mares lejanos. Su canto es embriagador, envolvente, dulce y amargo al mismo tiempo. A pesar de estar escritas en portugués criollo, sus letras se adivinan preciosas, tristes y alegres. Como lo son el amor, la nostalgia, la pérdida y el regreso, los temas recurrentes a los que siempre ha cantado la diva de los pies desnudos. Tiene una banda fabulosa y compacta, integrada por músicos marchosos, sutiles y delicados. Y cuenta con un público fiel que le sigue desde hace años, que cree en todo lo que hace.
Hay, eso sí, un problema: Cesaria Évora está cansada y su fatiga se hace demasiado evidente sobre el escenario. Algunos que ya habían disfrutado de su música en directo quisieron ver en su actuación del día 13 en el Leidor de Tolosa el genial concierto de una entrañable mujer que estuvo más suelta que de costumbre. Otros, que asistíamos por primera vez a un recital de Cize, contemplamos a una dama que, ciertamente, no ha perdido la capacidad de emocionar con su voz, pero que interpreta sus canciones de modo automático, como si hiciera tiempo que dejó de disfrutar de su trabajo.
Dirigió la palabra al público en contadas ocasiones y sólo parecía disfrutar cuando mantenía charlas privadas con su ágil pianista, Fernando Andrade. También osó sonreír cuando a mitad de concierto llegó la hora de apurar su cigarrillo reglamentario. Evidentemente, con una vida tan agitada como la que ha llevado, Cesaria Évora, a sus 66 años, no está para muchas fiestas. Nadie espera de ella que la oronda artista empiece a dar saltos y se mueve de un lado a otro del escenario, pero sí que interprete sus canciones con algo más de sentimiento. Resulta desalentador ver que cuando la caboverdiana no canta, mira al reloj, se observa las uñas de las manos y tiene perdida la mirada. Desconozco cómo eran los conciertos de la diva hace años, pero al de Tolosa, el primero al que he asistido, le faltó ese plus de emoción que una cantante como la africana puede y debe imprimir a sus piezas para que suenen distintas. De lo contrario, todo -mornas, coladeiras o brincadeiras- parece la prolongación de una misma letanía.
Dice Évora que su música es alegre y triste, como la vida misma. Nada que objetar. Pero no estaría de más que despojara su actuación de ese rutinario tono cansado.
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