sALiÓ a por todas cual tornado arrollador. Ataviada con un colorido vestido, más vitalista que nunca y sin dejar de bailar ni contonearse, Lila Downs irrumpió al son de Black Magic Woman, aquel tema que en su día inmortalizó Carlos Santana. Siguió, ya en castellano, con Agua de rosas y abordó con arrebatador encanto la ranchera Vámonos, escrita, como dice Sabina, "por un tal José Alfredo". Se descalzó para homenajear a sus amadas curanderas en La línea y sólo por un instante reinó la calma, con Yo envidio el viento, una hermosa balada de Lucinda Williams que reinterpretó con sus delicadas y expresiva oscilaciones. La banda sonó espectacular, con especial protagonismo de los vientos, el acordeón y las percusiones.
El frenesí se impuso nuevamente con Los pollos , una tonada de ecos africanos en la que Lila practicó una extravagante danza gallinácea que suscitó las carcajadas de la concurrencia. "Ya saben que venimos de México. Qué lindo que hayan venido a vernos a pesar de la gripe", bromeó. Y a fin de demostrar que la fiesta no está reñida con la reivindicación, cantó Taco de palabras, una sátira dedicada a la clase política ("comía taco de palabras y bebía agua de mentiras"), y Justicia, un rap de letra explícitamente combativa que en el disco entona acompañada por Enrique Bunbury. Rescató otros temas recientes como el que da título al último álbum, Ojo de culebra, grabado junto a Lamari de Chambao, o Tierra de luz, una bella balada compartida con la argentina Mercedes Sosa y en la que Downs hizo alarde de su inabarcable registro vocal y agitó sus brazos a la manera de una diosa mixteca.
La considerada por algunos como sucesora de Chavela Vargas reparó en la botella de tequila que reposaba tentadora sobre el escenario cuando alguien entre el público pidió vino y mezcal. Cogió entonces la guitarra y se arrancó con la desgarradora Pa' todo el año, otro clásico ranchero del maestro José Alfredo Jiménez. El concierto entró en su recta final con la gastronómica La cumbia del mole, la oaxaqueña La sandunga y la balcánica Perro negro. La ovación, rotunda, y los aullidos de algún espectador aspirante a mariachi hicieron regresar al grupo, que ofreció tres propinas: el bolero Naila, El corrido de Tacha La Teibolera y la sabrosona Arenita azul. Lástima que la velada tocara a su fin sin que se escuchara la prometida y mítica Llorona. ¿Fue una omisión consciente? Es difícil saberlo, pero no cabe duda de que el tono del concierto no invitaba demasiado a derramar lágrimas. Todo lo contrario: fue enérgico, risueño y optimista. Tanto que la noche bien podría haber finalizado con aquello que recomendaba la cubana Celia Cruz: "Ay, no hay que llorar, que la vida es un carnaval y las penas se van cantando".
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