Como en la fotografía de la derecha, Antonio Vega ha cerrado los ojos, esta vez para siempre. Se ha marchado demasiado pronto, a los 51 años, y quizá no del modo que algunos esperaban, pero su final ha sido tan irremediablemente trágico como su existencia. En una reciente entrevista que costó Dios y ayuda publicar por los plantes que nos dio, Vega comentaba que quería rodear su trabajo de un "halo positivo".
Hastiado de la sempiterna etiqueta de maldito, iba a grabar en breve un nuevo disco tendente al sinfonismo y cuyas canciones iban a tener "más desarrollos musicales e instrumentales, sin tanto texto". En otra vida tendrá que ser. Quizá le eche un cable su querida compañera Marga, fallecida hace ahora cuatro años... Antonio es ya un mito para siempre...
Ésta es la crónica de su último concierto en Donostia, ofrecido el 6 de febrero del 2009 -fotos aquí-. Probablemente, algunas de las canciones grabadas en esa actuación formen parte de un álbum en directo que pensaba publicar con su última gira de conciertos. Será su obra póstuma.
Descanse en paz.
De nieve, huracán y abismos
Fecha y lugar. 6/02/2009. Victoria Eugenia. Donostia. Intérpretes. Antonio Vega (guitarra, voz), Jorge D'Amico (guitarra), Alberto Zapata (guitarra), Luismi Baladrón (bajo), Basilio Martí (teclados), Toni Jurado (batería). Incidencias. El concierto fue grabado para la futura edición de un CD-DVD sobre la gira.
De nieve. Es poco habitual que grupos y solistas quemen sus grandes éxitos en los primeros minutos de una actuación, pero ésa es la táctica por la que optó Antonio Vega el viernes en un Victoria Eugenia que rozó el lleno. Muy seguro tiene que estar el músico madrileño de la solidez de todo su repertorio para ventilarse en la media hora inicial hits como Elixir de juventud, El sitio de mi recreo o Se dejaba llevar, tres de los más esperados por la audiencia. De ese modo trató de romper el hielo y caldear el ambiente sin necesidad de juegos preliminares, aunque lo suyo le costó conectar con un publicó rayano en lo gélido, que no terminaba de entrar en el concierto y que ni siquiera coreó el himno de Nacha Pop, La chica de ayer, el último de la noche. "¡Genio!", le gritaron desde la platea en más de una ocasión.
Huracán. La introspección de los primeros temas quedó desterrada cuando Antonio Vega y su habitual banda decidieron escorar el concierto hacia una vertiente mucho más eléctrica. Dice el artista que las próximas canciones que salgan de su pluma no tendrán tanto texto, sino que estarán forjadas a base de un mayor número de desarrollos musicales e instrumentales. Esa querencia por el rock cuasi sinfónico, con abundantes solos y progresiones dilatadas, se ejemplificó claramente en Donostia, donde creaciones como Océano de sol, Caminos infinitos, Lucha de gigantes o Lo mejor de nuestra vida sonaron enérgicas, cañeras y huracanadas, gracias al vendaval de decibelios desatado por las tres guitarras eléctricas que había en escena. Lástima que, al menos a las primeras filas, el sonido llegara un tanto distorsionado y en ocasiones apagara la voz de Vega.
Y abismos. La siempre evocadora figura del abismo puede funcionar como metáfora de una carrera salpicada de altibajos personales y excesos que han dejado marcas indelebles en su rostro y en su puesta en escena. Canta Antonio con la cabeza gacha, las greñas cubriendo sus ojos de animal asustado y una dicción manifiestamente mejorable. Y pese a todo, algo guarda en sus entrañas que, volcado al exterior, deviene en acontecimiento único y verdadero. Antonio Vega lleva tiempo sentado al borde del precipicio, sí, pero sus seguidores no tienen intención de dejarle caer. Pasan los años y permanecen a su lado, dándole apoyo y disfrutando del paisaje. Al fin y al cabo, los abismos carecerían de sentido si uno no pudiese asomarse a ellos para deleitarse con su peligrosa belleza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario