"Nos hemos radicalizado, quizá por la madurez y porque nos sentimos más libres que antes"
La siguiente charla tuvo lugar el pasado miércoles en los camerinos del Victoria Eugenia y concluyó siete minutos antes del inicio de la función de Parecido no es lo mismo. Llevan tantos años sobre las tablas -casi 25- que parecen tener controlado el miedo escénico. Sin las máscaras de sus personajes, son dos tipos afables y formales que poseen su propio discurso teórico en torno al humor y que refrendan el manido tópico de que la comedia es una cosa muy seria. Cansado, el más locuaz, lleva la batuta de la conversación. Faemino pregunta: "¿Podemos decir que éstos son los mejores camerinos de España?". "De España no, del Estado Español", bromea Cansado reproduciendo parte de un chiste del espectáculo.
Actúan seis días en Donostia con el teatro repleto. Eso no lo consigue ni Pedro Osinaga en Semana Grande.
Javier Cansado. ¡Menudo referente! La verdad es que es bárbaro que dos mocosos como nosotros estemos tantos días en un pedazo de teatro como éste. Es halagador pero te responsabiliza un montón porque las expectativas son muy grandes.
Y eso que en 24 años su propuesta no ha cambiado gran cosa...
J.C. Tenemos la misma línea de siempre, una línea tangente al absurdo con toques muy realistas, realismo-socialismo, como decimos nosotros. Mezclamos los temas más cultos y elevados con el barrio, con la cosa primaria.
¿Pero cuál es el truco?
J.C. Que actuamos poco, hacemos ocho funciones de media al mes, y por eso cada día que actuamos es una fiesta. Como la vida palidece ante el escenario -la vida tiene poco estímulo- queremos que actuar sea una fiesta, una catarsis. Y seguiremos mientras eso sea así.
Carlos Faemino. Yo creo que, sobre todo, aportamos sinceridad, un bien que se cotiza bastante. Somos como los amigos que hace tiempo que no ves y a los que te alegra volver a ver. Y como no somos gente distante...
¿Perciben que su público se va renovando?
J.C. Sí. Hace siete u ocho años estábamos un poco preocupados porque el público era generacional. Venían a vernos los que habían crecido con nosotros y se nos escapaban los jovencillos. Pero tenemos la fortuna de que en Youtube está prácticamente todo lo que hemos hecho, y el público joven se está enganchando. Es cojonudo. Somos transgeneracionales, estamos siendo ya clásicos.
C.F. Como Pedro Osinaga.
J.C. Efectivamente. Como él. (Risas)
¿En qué sentido ha evolucionado su humor si es que ha cambiado?
C.F. Yo creo que nos hemos radicalizado un poco más, quizá por la madurez y porque nos sentimos más libres que cuando empezamos. Tenemos la misma responsabilidad con la gente, pero al mismo tiempo gozamos de una mayor libertad mental para decir cosas que antes no decíamos por algún tipo de prejuicio.
¿Hay algún límite que no deba traspasarse en el humor?
J.C. Pienso que no debe existir ningún tabú en el humor. En España, por ejemplo, el humor negro es algo muy normal. Es muy nuestro eso de meternos con la muerte. Y no hay nada más radical que la muerte. En mi opinión, lo que molesta a veces es el tono. Si tú, como en nuestro espectáculo, estás describiendo a una pareja follando, es más desagradable referirse al tema en términos de churrupaina o pichurrina que utilizar barbaridades bien dichas y palabras duras, que es lo que hacemos nosotros. Además, yo creo que el pensamiento no delinque, la palabra es un hecho excepcional y hay libertad absoluta para decir lo que quieras, sea lo que sea.
¿Y qué cosas se atreven a decir ahora que antes no decían?
J.C. Cosas que antes igual nos daban un poco de corte... Por ejemplo, hace diez años era impensable el número en el que Carlos describe cómo folla una pareja o que yo dijera en Euskadi eso de que estamos en España o el Estado Español y terminara soltando un "a mí me suda la polla". Esa acracia, esa forma de representar a la reina medio borracha, son cosas que antes pensábamos y nos daba apuro decir. Ahora no nos cortamos nada ni con el lenguaje ni con las referencias. Si la gente no sabe que en el hemisferio sur el agua gira al revés, no es nuestro problema. Somos muy bestias, pero como lo hacemos desde la perspectiva del buen rollo...
Su humor suele calificarse de inteligente. ¿Es compatible con un estilo cómico más fácil?
J.C. Sí, claro. El humor primario y el popular también molan. Una buena caída es imbatible.
C.F. Yo creo que cualquier humor es inteligente porque se trata de jugar con las ideas. Nos dan un poquito de envidia Los Morancos, que funcionan al 100%, consiguen la risa y no tienen esa cosa de decir que hacen humor inteligente.
J.C. La risa es muy primaria, tú te ríes y después puedes intentar pensar de qué te has reído. La risa está siempre por delante, es decir, primero carcajeas y luego piensas: "Me han hecho reír con una referencia a tal o cual cosa".
Parece que tienen su propio departamento de I+D en el humor... ¿"Investigan" mucho?
J.C. Le damos muchas vueltas a las historias. Empezamos a trabajar sobre una idea concreta y giramos en torno a un embrión. Al cabo de tres días igual te das cuenta de que no funciona y buscas otra idea. Es una parte del trabajo muy antipática, pero como tenemos ese punto de vista tan nuestro, del mismo modo que un filósofo crea un sistema de pensamiento, a nosotros se nos ocurren bromas y chistes con nuestro punto de vista particular. Ahora bien. En nuestra profesión no se puede apelar a la sofisticación, es decir, si la gente no se ríe, no puedes decir que eres un incomprendido o que vas por delante del público... Porque la primera respuesta es siempre la risa de la gente y lo demás es engañarse. Un cómico tiene que conseguir la risa; si no lo hace, chungo.
Además, ustedes tienen la ventaja de que consiguen hacer reír incluso cuando no hablan...
J.C. En nuestros principios, Tricicle nos daba envidia porque hacían reír a la gente sin hablar. Ahora ocurre lo mismo con nosotros porque tenemos el público a favor, pero claro, el espectáculo dura hora y media y tienes que mantenerlo. Cuando estás empezando te cuesta trabajo demostrar que eres divertido, y cuando ya te conocen tienes que cumplir las expectativas.
¿Y les ha sucedido alguna vez que el público no se ha reído con su espectáculo porque quizá era demasiado vanguardista?
J.C. Nos ha pasado poco. Una vez ofrecimos una actuación sorpresa en los carnavales de Málaga. El teatro Cervantes estaba lleno a reventar. Primero actuaba el Dúo Sacapuntas -fíjate qué nivel- y después nosotros como estrellas sorpresa. A la gente no le interesamos lo más mínimo y fuimos muy heavies...
C.F. Somos tan egoístas o tan burros que cuando actuábamos en la calle nos permitíamos el lujo de echar a la gente que no se reía. Y en el escenario nos hemos sobrepuesto y hemos crecido cuando el público no entraba en el espectáculo.
J.C. Vuelvo a decir que nuestra línea cómica no ha cambiado en absoluto y eso fue un handicap al principio. Cuando en los 80 actuábamos en la calle y en los bares, algunos managers decían que teníamos posibilidades pero nos pedían cosas más habituales, más sencillas y entendibles.
C.F. Porque en los primeros números hacíamos imitaciones de monumentos como las casas colgadas de Cuenca, la torre inclinada de Pisa o la plaza de San Marcos de Venecia.
J.C. Era todo muy conceptual y siempre estábamos en la cuerda floja. Pero nos negamos a cambiar esa apuesta de decirle al público: "Mira, te vamos a proponer un humor sin red, es una cosa muy loca y si te metes, te lo vas a pasar muy bien porque es un absurdo tan tremendo que vas a flipar". Estás siempre en ese momento en que te puedes caer abajo y hacer el payaso. Siempre hemos actuado así...
¿Sus guiones están muy cerrados?
J.C. Bastante. Se podría hacer tal cual, del modo en que aparece registrado en la SGAE, y saldría hora y media muy graciosa. Pero vamos añadiendo unas cosas y cambiando otras para no aburrirnos. Es como si fuera jazz, tienes una línea melódica y vas improvisando un poco para luego retomar el hilo.
Pues da la impresión de que todo es bastante real, incluso sus risas.
J.C. Hombre, yo tengo dos risas marcadas por el guión, pero casi todas son espontáneas.
C.F. Incluso habiendo escuchado chistes que ya te sabes, a mí me ocurre que cuando vuelves a visualizar una propuesta absurda y disparatada, la risa surge sin que se pueda evitar.
J.C. A veces, Carlos, me ocurre que no te puedo mirar porque me río. En el número en el que uno de tus personajes explica que vomita fuera de contexto, no te miro porque me descojono con las caras que pones. Es un momento tan brillante...
¿Es primordial que sus propios chistes les hagan gracia?
J.C. Es importante, claro.
Pero qué es más importante, ¿que un número les guste a ustedes o al público?
J.C. A nosotros. Para eso tenemos un truco. Actuamos dos días al mes en la Sala Galileo de Madrid y eso nos sirve para probar cosas. Cuando no tenemos un número muy claro lo hacemos allí y vemos cómo responde la gente. Nos ha pasado a veces que algún sketch no tenía ni puta gracia y que vas buscando, intercambiando los personajes hasta que al final ves que funcionan. Pero a veces tienes que levantar números, como uno de la Nasa que teníamos...
El año que viene cumplen 25 años. ¿Piensan celebrarlo de algún modo?
J.C. 25 años en los escenarios más el tiempo que estuvimos en la calle.
C.F. No tenemos intención de hacer nada especial. La verdad es que no somos nada ceremoniosos. No sabemos ni qué día empezamos a trabajar juntos. ¡Pero si llevamos un montón de años con la misma foto de promoción!
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